jueves, 21 de mayo de 2015

Sacerdocio bautismal (2)

En esta entrada, el p. Sauras analiza la esencia del laicado, sus propiedades y poderes, que se originan en una participación del sacerdocio de Cristo, esencialmente diversa de la participación jerárquica. En la siguiente, se detiene en el análisis de los lugares teológicos en base a los cuales se puede demostrar la existencia y naturaleza del sacerdocio bautismal.
¿QUÉ ES EL LAICADO?
Hay dos conceptos del laicado que, aunque no se contradicen, no son tampoco totalmente coincidentes. Son el concepto canónico y el concepto teológico. En seguida vamos a ver las diferencias. Pero advirtamos ya desde ahora la confusión en que incidiríamos si, al intentar exponer las concomitancias del laicado con el sacerdocio, que es cosa sustantivamente teológica, nos quedáramos sólo con el concepto canónico, de alcance manifiestamente inferior al que nos da la teología. Los canonistas, como veremos luego, nos hablan del laico como de un individuo con características pasivas; es el que no tiene voz, sino que escucha; el que no administra, sino que recibe lo sagrado.
La teología no puede negar esto, porque es verdad. Pero añade algo más, que también es verdad y que, por lo tanto, no lo niega el Derecho, aunque lo silencie. Para la teología, el laico, además de escuchar y de recibir, tiene alguna actividad sagrada en la Iglesia; es un hombre consagrado, pues posee los caracteres sacramentales, potencias sagradas que le habilitan para ejercer determinadas funciones en beneficio de la comunidad de los fieles y para el ejercicio del culto divino…
La teología, partiendo del sentido bíblico de la palabra griega, y del que le dió la tradición patrística de los primeros siglos, pone de relieve en los laicos determinados elementos positivos y consagradores. Esto no quiere decir que su concepto del laicado esté en pugna con el canónico… Las definiciones no siempre son totales; y con frecuencia nos dan una visión parcial de las cosas. Todo depende del punto de vista en que se coloque quien define. Una vez nos dará la definición esencial; otra, una definición parcial; otra, quizá, una definición accidental. Un mismo sujeto se puede definir bien de muchas maneras no coincidentes. Lo que no podrá será definirse bien de muchas maneras contradictorias. Pero diferentes y complementarias, sí. Y es lo que sucede en la teología, donde encontramos una definición de los laicos distinta de la expuesta ; una definición tomada desde el punto de vista de los elementos positivamente consagrantes que hay en el laicado.
En la Sagrada Escritura aparecen utilizados los dos términos: Kleros y Laos. Kleros, en su significado de suerte, de parte elegida. No hace falta que nos detengamos en su explicación, porque no son los clérigos los que ahora nos interesan.
El término laico no se encuentra en la Biblia. Aparece en las versiones de Aquila, Teodoción y Símaco, que lo utilizan dos veces solamente. En cambio, se utiliza profusamente el término Laos, de donde procede. Laos quiere decir pueblo, por lo que laico querrá decir popular o perteneciente al pueblo. Afirmemos, sin reserva de ninguna clase, que tal es el sentido literal de la palabra. Pero afirmemos a renglón seguido que el sentido bíblico es preferentemente otro. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Laos aparece usado en contraposición a Etne; y no significa solamente pueblo, sino pueblo elegido, pueblo sagrado, pueblo de Dios. Es el pueblo opuesto a los étnicos, a los goim, a los gentiles, a las naciones.
La escritura distingue bien entre Kleros y Laos, entre los sagradamente selectos y el pueblo, que no deja de ser sagrado, aunque no tenga una consagración selecta o de jerarquía. El laico no es el popular, el dedicado a los quehaceres mundanos. Hará esto, pero su sentido bíblico es el de elegido por Dios para ser su pueblo, a diferencia del étnico, pueblo que no es de Dios… Quedémonos, pues, con la idea de que el laico es un elemento consagrado con una consagración común o popular… Concuerda con este sentido bíblico del término Laos, como pueblo consagrado a Dios, la idea paulina del Cuerpo místico. El pueblo de Dios es el Cuerpo místico de Cristo. Y en este cuerpo todos han recibido una consagración; en consecuencia, todos tienen algún quehacer activo. Cuando se hacen pueblo reciben, y, por lo tanto, tienen actitud pasiva. Pero una vez hechos pueblo nadie es miembro ocioso… En la Iglesia nadie es, o nadie debe ser, individuo ocioso, pues todos poseen determinados elementos de santificación individual. Pero, además, nadie debe ser tampoco miembro ocioso, porque todos poseen determinados elementos sobrenaturales con características comunitarias. Todos los miembros constituyen la gens sancta, el populus acquisitionis, el regale sacerdotium de que habla San Pedro en su Primera Epístola.
El sentido bíblico de la palabra Laos hemos dicho que es el de pueblo elegido y no el de pueblo a secas. La literatura de los tres primeros siglos la utiliza en el mismo sentido también. Es necesario llegar al siglo IV para verla utilizada por los escritores cristianos como sinónima de profano o de mundano…
Los laicos en la Iglesia no son masa, sino pueblo. Son distintos los conceptos de una y otro. El concepto de masa implica amorfismo y pasividad. La masa es modelada, recibe la acción del artífice, con ella se hace la figura. El pueblo, que también es pasivo, es, además, activo. Es una cosa orgánica, con forma, con actividad, subordinada, desde luego, a quien le dirige (14). 
La Iglesia es la congregación de los fieles, la reunión de todos los que están incorporados a Cristo. Y es, además, una institución. Estos dos aspectos proyectan luz sobre lo que venimos diciendo. Si la consideramos como sociedad, nos encontramos con un elemento activo, anterior al pueblo, que es el que hace al pueblo. Este elemento es el clero, que es el que administra los sacramentos y con ellos engendra y alimenta a los fieles. En la Iglesia sociedad se diferencian perfectamente los dos elementos. El elemento clerical hace llegar a los hombres la vida divina de Cristo. Pero el desarrollo social de esta vida en el mundo debe mucho a la actividad de los laicos. La Iglesia, como Cuerpo místico, como organismo en el que se va plasmando lo que San Pablo llama la plenitud de Cristo, debe mucho a los fieles. Estos son los que realizan la acción sagrada de cristianizar todas las manifestaciones sociales de la vida. No ya las individuales sólo, que lo hacen con la gracia y las virtudes, sino las comunes también. Y para ello tienen un poder sagrado que les compete como miembros más que como individuos... 
Los laicos no se limitan a recibir del clero la vida divina que poseen; vivifican el mundo, llevando a éste y haciendo crecer en todos sus ambientes la vida divina que han recibido. Tienen un destino sagrado que les impele a ello. Los laicos son sagrados, porque han recibido dones divinos que les consagran en un plan individual y personal; y lo son también porque consagran, desde dentro, la sociedad en la que viven y los problemas en los que se mezclan
Conviene entender bien lo que acabamos de decir. No es nuestro intento asegurar que los clérigos tienen la función activa de santificar a los fieles, y éstos la de santificar el medio ambiente en que viven, excluyendo de esta segunda función a los primeros. También los clérigos deben influir activamente en la santificación del mundo y de las cosas mundanas. Pero con la orientación y el consejo; con una actividad que podríamos llamar trascendente. A diferencia de los laicos, que deben santificar todo lo indicado, pero desde dentro, viviéndolo; con una actividad inmanente. El padre santifica la familia formando parte de ella y cumpliendo debidamente con sus deberes de padre cristiano; el literato santifica la literatura haciendo literatura; el científico, las ciencias, haciendo ciencia; el gobernante, el gobierno, gobernando en cristiano. El sacerdote, comunicando la gracia con que se hará todo esto, y además indicando cómo se ha de hacer todo esto, y uniendo su orientación a la que por propio estudio y por propia experiencia tienen también los seglares
Un curso, por ejemplo, sobre la vida cristiana del y en el matrimonio, o sobre el gobierno cristiano de los pueblos, no podrá ser explicado solamente por el sacerdote. Necesariamente resultaría manco. El sacerdote dará la orientación desde fuera, la orientación trascendente. Deben completarlo un casado y un hombre de gobierno. Darán la orientación desde dentro. En un curso sobre el apostolado tienen voz los sacerdotes y deben tenerla los seglares, que tienen mucho que decir. Y de hecho, en ocasiones, no es extraño ver a éstos más certeros que a aquéllos…
Los laicos son parte activa en la Iglesia; tienen poderes sagrados. Pero es necesario determinar la naturaleza de estos poderes. Ya desde el principio conviene que estemos advertidos de que no se trata de poderes jerárquicos. La teología y el derecho hablan frecuentemente de la jerarquía y de sus poderes, que son tres: el de orden, el de jurisdicción y el de magisterio. El de orden consiste principalmente en la facultad concedida por Dios en la ordenación sacerdotal para consagrar el cuerpo de Cristo; el de jurisdicción, en la facultad de regir, juzgar y legislar; y el de magisterio, en la facultad de enseñar, defender y explicar con autoridad y fuerza imperativa la doctrina revelada. Autoridad e imperio que en determinadas circunstancias se imponen bajo pecado de herejía a quienes no se someten… 
Pero no basta esto; no basta decir que los poderes sagrados de los laicos no son los jerárquicos, o que no son el de orden, el de jurisdicción y el de magisterio. Es necesario determinar positivamente en qué consisten, y determinar también así cuál es la parte activa que los fieles tienen en la Iglesia.
Además de los poderes indicados, propios de la jerarquía, hay otros. Santo Tomás, por ejemplo, pregunta si el carácter sacramental es spiritualis potestas (16), y responde afirmativamente. Y son caracteres el del bautismo y el de la confirmación, a los que tienen acceso todos los cristianos. También en el matrimonio se da determinado poder sagrado para ejercer cristianamente la función natural del gobierno de la familia. Son tres ejemplos, y no los únicos que hay. 
Es necesario decir que los laicos no tienen poder de orden; no tienen poder de consagrar el cuerpo del Señor. Pero ¿no tienen ningún poder cultual en el sacrificio cristiano? Sí, lo tienen, como veremos en este trabajo, dedicado precisamente a estudiar este punto. También hay que decir que los laicos no tienen poder de régimen o de jurisdicción, aunque en determinados casos parece probado que se les puede comunicar. Siempre les queda el poder sagrado de gobierno que da el matrimonio. Por ley natural, el padre tiene poder de gobierno sobre los hijos; en la ley de gracia, el matrimonio es sacramento, y este poder es sagrado. ¿En qué consiste? Habrá que estudiarlo. Pero, desde luego, no basta para hacer una teología del laicado, en orden al poder de gobierno, decir que los laicos no participan de la jurisdicción eclesiástica. Por último, es necesario afirmar también que los laicos (y en esto los sacerdotes son iguales) no tienen el clásico poder de magisterio o de enseñar con autoridad e imperio la doctrina revelada. Pero hay que añadir que tienen algún poder apostólico, derivado de las exigencias de la virtud de la caridad, de las exigencias de su solidaridad con los demás miembros del Cuerpo místico y de las exigencias de la nota específica social que tiene el carácter de la confirmación. Este poder no es el clásico de magisterio que tienen los Obispos y el Papa, pero sí es un poder sagrado de manifestar y predicar la fe que se profesa. 
Ni se diga que estas cosas no tienen carácter divino y teológico, sino sólo canónico o eclesiástico, por proceder solamente del hecho de ser los laicos asumidos por la jerarquía para misiones determinadas. La jerarquía podrá encomendarles estas cosas, pero lo cierto es que los fieles tienen poder para hacerlas por razones superiores a esta encomienda. Es un poder que no es simple mandato; es un poder sacramental, como acabamos de decir, pues procede de alguno de los tres sacramentos citados. La participación en el culto, el gobierno de los hijos, la manifestación de la fe que se profesa, son obligaciones que se derivan de principios superiores a los de un simple mandato eclesiástico. 
Cada uno de los poderes indicados nos daría materia suficiente para escribir un trabajo sobre la dignidad laical. Pero nos vamos a concretar sólo al poder de intervenir en el culto sacrificial, conferido inicialmente en el sacramento del bautismo. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesantisima entrada...a pesar de que es y ha sido un tema bastante debatido en las últimas décadas, creo que es bastante esclarecedor este escrito del padre Sauras...por favor continuen con sus publicaciones.

In Domino.