miércoles, 29 de noviembre de 2017

Conspiracionismo (y 4)


IV. Teología de la historia.
La expresión «Teología de la historia» tiene varias acepciones. Por lo general se entiende como una reflexión sobre el significado teológico de la historia humana a partir de las premisas y del método teológico. La cual debe distinguirse de la «historia de la salvación», que es el conjunto de acontecimientos que se desarrollaron en el espacio y en el tiempo, a través de los cuales el Dios se manifiesta y conduce a los hombres según sus designios salvíficos. La «historia de la salvación» trata acerca de algunos acontecimientos históricos sobre los cuales Dios ha hablado directamente: la Creación, la Alianza con Israel, la Encarnación de Cristo, su Resurrección, etc. Se puede dividir en tres grandes tiempos históricos: el tiempo de Israel, el tiempo de Jesucristo y el tiempo de la Iglesia. Concluirá con la Parusía.
Entre «historia de la salvación» e «historia profana», aunque sean distintas, existe una relación íntima, pues Dios está encarnado e inserto en la historia. Para un cristiano, la historia tiene un sentido. La fe cristiana excluye, en primer lugar, toda visión cíclica del acontecer para describirlo en cambio como una sucesión de eventos, individuales e irrepetibles, orientados hacia la consumación final. Excluye también, toda filosofía del absurdo y toda interpretación que vea la existencia humana abocada a la nada o a la destrucción; la última palabra no la tienen el mal o el pecado, sino la gracia y la voluntad salvadora de Dios. Ese convencimiento afecta no sólo a la totalidad del acontecer histórico, sino a cada acontecimiento en concreto; la fe da al cristiano el conocimiento de que, por muy oscura y dolorosa que sea una situación, en ella se contiene una llamada de Dios y, por tanto, la promesa de la gracia para saber manifestar allí la caridad, que es la esencia de la ley cristiana.
Pero la Revelación no se expresa sobre los hechos que constituyen la trama de la «historia profana». ¿Qué enseña la Biblia sobre la revolución rusa de 1917? ¿Qué datos hay en la Tradición sobre la bomba de Hiroshima? ¿Acaso los Santos Padres enseñaron unánimemente sobre el «Brexit»? La Revelación tampoco permite desentrañar de modo cierto las razones por las que Dios ha permitido o querido determinados hechos: por qué ha nacido el Islam, por qué quiso Dios que los reinos de Francia y de Gran Bretaña fueran distintos, enviando para eso a Juana de Arco, etc.
Sabemos con certeza que la «historia profana» como totalidad está gobernada por la Providencia y orientada a la realización escatológica. Está revelado que existe un tiempo histórico y ese tiempo no es vacío e inútil, sino que desempeña una función imprescindible para la realización plena del plan divino de salvación. Pero no ha sido revelado el sentido que tienen los acontecimientos singulares, ni los procesos más generales, que constituyen la «historia profana». Es un misterio. Y todo intento de descifrar certeramente este misterio de la historia está condenado al fracaso, pues tal conocimiento sólo puede ser obtenido desde Dios y, por tanto, está reservado al fin de los tiempos, al juicio final.
Hay que insistir en que la «Teología de la historia», si bien se propone reflexionar sobre la «historia profana», en la consideración de los hechos y procesos, se encuentra con un límite enorme, conocido y respetado por los teólogos serios, aunque soslayado por los adeptos al «conspiracionismo»: el misterio, lo oscuro, aquello que Dios pudo revelar pero no quiso y que, de hecho, no manifestó. Este límite debiera poner freno a la «arrogancia» de algunas teorías conspirativas que se camuflan de «Teología de la historia». Porque, en efecto, el conocimiento humano del devenir histórico no es Ciencia Divina*. El cristiano no puede conocer los designios de la providencia al detalle, con una curiosidad exigente; es incapaz de «comprender» a Dios dominándolo -saber es dominar- tratando vanamente de «ser como Dios» (Gén 3,5).
El cristiano, sin ceder a la «tentación gnóstica», no niega la providencia de Dios en la historia, ni la olvida, sino que humildemente la contempla día a día, en la adoración del Inefable. Está bien dispuesto respecto de una sana «Teología de la historia» -que no es Ciencia Divina, sino ciencia creada- pero es consciente del diferente valor epistémico que tienen sus posibles afirmaciones. Pues sabe que sólo al final de los tiempos habrá un desvelamiento completo del proyecto divino, el cual ahora es cognoscible sólo de modo limitado.
Aristóteles estableció de modo claro los principios fundamentales en los que se debe basar todo conocimiento científico. El verdadero saber científico (scientia demonstrativa) es aquel conocimiento de las cosas «necesarias» adquirido por «demostración». No todo conocimiento silogístico es demostrativo, ya que puede existir también un silogismo dialéctico, construido a partir de premisas que son contingentes, y por lo tanto no concluyentes de modo necesario. Santo Tomás asumió esta noción aristotélica de ciencia distinguiéndola de otros conocimientos menos perfectos (ciencias en sentido moderno, según L.M. Régis, OP; cuasi-ciencias, según O. N. Derisi; ciencias imperfectas, para I. Gredt) que no son ciencia stricto sensu
Los tomistas (un panorama, aquí y aquí) dan cuenta del carácter análogo de la noción de ciencia y coinciden en la siguiente conclusión: la Historia no es ciencia en sentido clásico, estricto, aristotélico. Porque no tiene por objeto lo universal y necesario, sino lo singular y contingente; y porque sus conclusiones, lógicamente, no alcanzan la certeza necesaria.   
Una «Teología de la historia» que sea verdadera no puede ignorar el valor epistémico de los datos que le suministra la ciencia histórica. Pero el «conspiracionismo» suele suponer que los elementos historiográficos con las cuales teje sus «explicaciones» tienen una certeza propia de lo universal y necesario. Vale decir, se maneja con el supuesto «racionalista» de que la Historia sería una ciencia en sentido estricto. A lo que se debe agregar una habitual confusión entre «historia» (=realidad) e «historiografía» (=conocimiento histórico). Con un agravante: lo que el «conspiracionismo» denomina «Historia», no suele ser más que una selección historiográfica sesgada, tomada de un repertorio limitado de autores, que le sirven más para validar esquemas preconcebidos que para aproximarse a la realidad de los hechos.
La «Teología de la historia» -cuando es un disciplina seriamente cultivada- sabe diferenciar entre las grandes líneas que develan la estructura de la historia, al estilo de La ciudad de Dios de San Agustín, de las aplicaciones particulares respecto de las cuales el conocimiento histórico sólo permite arribar a conclusiones probables o enunciar modestas conjeturas.
«En el juicio final que concierne a todos los hombres en cuanto son miembros del género humano y han participado de la historia común, el sentido de la historia, de los conflictos, las guerras crueles, el progreso y la decadencia de los pueblos y las culturas nos será revelado» (L. Elders).
En el juicio final… No antes, por obra de «iluminados».



* Para la distinción entre Ciencia Divina y ciencia creada, ver S. Th. I, q. 14, aquí.


5 comentarios:

Palamita dijo...

Si hay una “teología de la historia” con pretensiones de totalidad –y que encaja en esta tónica conspiranoica- es el “Revolución y Contrarrevolución” de PCO, cuyo esquema ha alimentado también la forma mental de muchos tradicionalistas, incluso ajenos al mundo de las TFP.

Aún cuando PCO trata de circunscribirse a los siglos posteriores al fin de la Edad Media, el libro de marras deja la sensación de que reemplaza al Diablo y al Pecado Original con la “Revolución”, un fenómeno único, omnicomprensivo y completamente armónico en sus etapas históricas: protestantismo, rev francesa y comunismo, aunque parece que después han agregado otras etapas.

Todo simple todo sistematizado. Claramente, no veo mucha diferencia con una explicación marxista-leninista de manual soviético que explicaba toda la historia sobre las “relaciones sociales de producción”.

Por el contrario, cuando se lee historia universal se aprecian los matices, los avances y retrocesos, la fuerza de las personalidades únicas y el aparente azar. Los cristianos sabemos que en todo está la Providencia y tenemos ciertas pistas en la Sagrada Escritura para entender lo que tenemos en frente, pero las razones de Dios escapan a nuestro entendimiento, y además hay muchos hechos en la Historia que desconocemos o solo manejamos fragmentariamente, como para sacar leyes históricas inmutables que se aplican a todos los siglos.

El problema se agrava cuando esta conspiranoia pasa a la práctica. Cuantas buenas iniciativas políticas se han perdido porque para algunos tradis son “falsas derechas” o “semi contrarrevolucionarios” que no han sido iluminados por la comprensión totalizante.

A su vez, en regímenes militares como el argentino, el concepto de “subversión” era lo bastante difuso como para abarcar cualquier cosa que molestara el jerarca de turno. Entre eso y la lógica estalinista hay poca diferencia.

Actualmente, muchos católicos tradicionales –incluyendo sacerdotes- pierden de vista la lucha por la Fe, se olvidan de la Trinidad, la Encarnaciòn y la Redención, y se desvelan en discusiones sobre el tercer secreto de Fátima, los protocolos de Sion, los financistas judíos de Lenin, el Papa Siri o las instrucciones masónicas, como si el resolver estas cuestiones fuera llave de la Salvación. Y no lo son.

Carlo dijo...

Totalmente de acuerdo, Lefe. Para agregar, creo que acá también se aplica la parábola de la cizaña y el trigo: así como el bien y el mal, la mentira y la verdad están inextricablemente mezclados, siendo imposible separarlos, y a veces hasta distinguirlos. Cualquiera que se arrogue tener un conocimiento completo de "la gran conspiración" se olvida de este hecho básico.
Respecto a la "contrarrevolución", también estoy de acuerdo. La mayoría de los que quieren la restauración apuesta por un "todo o nada" y buscan un soberano perfectamente católico. Se olvidan que, así como la revolución fue un proceso de varios siglos, también la restauración (si es que es posible todavía) tomará su tiempo, quizás no siglos pero sí algunas generaciones. Por ahora lo más urgente es conseguir que lleguen al poder personas mínimamente simpáticas hacia al cristianismo y con algo de sentido común en cuestiones morales más críticas (como el aborto) o hasta biológicas (que no apoyen las "políticas de género"), para así poner un freno en la disolución que se va acelerando cada vez más; una vez logrado después podemos empezar a pensar en cómo hacer para empezar a retroceder, o sea, la tarea propiamente dicha de la restauración. Es por eso que, si fuera ciudadano estadounidense, hubiese votado por Trump, y si fuese francés por Marine Le Pen, aun conociendo todos sus defectos y fallas. Si seguimos esperando un perfecto paladín de fe y justicia los "revolucionarios" van a seguir ganando y acelerando la marcha hacia el abismo - del cual ya estamos muy cerca.

MGFerreras dijo...

Positivamente se dice que la última palabra no la tienen el mal o el pecado, sino la gracia y la voluntad salvadora de Dios. Esto parece excluir la condenación eterna, porque si la voluntad salvífica de Dios fuera así, ésta no podría ser superada por ninguna voluntad de ser creado, y todos los hombres serían salvos incluso los pecadores no arrepentidos más depravados. Echo en falta la distinción entre la voluntad antecedente de Dios, que es que se salven todos los hombres, y la voluntad divina consecuente, por la que al estar en la voluntad de Dios que el hombre tenga libre arbitrio, Dios quiere consecuentemente que quien acepte su Gracia se salve y quien la rechace se condene.
Por encima de los datos suministrados por la ciencia histórica, la revelación habla de Satán, el demonio y los espíritus inmundos, que actúan entre los hombres sembrando cizaña en su corazón. Si no supiera que en la voluntad de Dios está mantenerles en la existencia, no dudaría que el Diablo, asociando a sus ángeles malos, conspiran secretamente contra la obra de Dios. Pero conspirar lo hacen. Lo han hecho contra los santos y nada han podido por que acudieron a Dios y Él les dio la victoria. Dios permite que prueben a los hombres, para que éstos venciendo las tentaciones con su Gracia merezcan el Cielo. La conspiración de Belcebú y sus secuaces es conocida por Dios, está perfectamente controlada y condenada irremisiblemente al fracaso. Así, también lo han sido todas las posibles conspiraciones humanas de la historia que buscaba acabar contra la fe de los católicos y con la Iglesia Católica. Las fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella. Esa revelación es una esperanza que supone un acicate para que el cristiano no tema enfrentarse contra esas fuerzas malignas que sabe de antemano derrotadas. Dios nos ilumina con su luz para reconocer el mal que se infiltra entre los hombres. Todos sabemos como la escuela laicista oficial adoctrina en el ateísmo y la inmoralidad a nuestros niños, y tendremos que poner los medios para que esto no ocurra, o para que, no pudiéndolo evitar, en casos de una escuela estatal obligatoria, se busquen los antídotos para estos niños envenenados por nefastas doctrinas. Y por supuesto, en nuestras sociedades democráticas, los creyentes debemos oponer nuestro peso electoral para que los gobernantes favorezcan la verdadera educación moral. Es verdad que de lo que hablo es del tiempo presente, para el que no necesito historiografía ninguna, pues tengo conocimiento de primera mano. Y tener un conocimiento de los males que asolan a nuestras sociedades es una obligación de los creyentes, que no debemos ir por la vida con los ojos cerrados. Yo no necesito de teorías conspirativas para ver que las conspiraciones existen. Del futuro es imposible todo conocimiento historiográfico pues no está escrito y tampoco directo, pues es todavía inexistente. Sin embargo, me atrevo a pensar que también habrá conspiraciones, pues sería mucha presunción que por mi parte pensara que son sólo monopolio de este tiempo que me toca vivir. No es necesaria, para saber que las conspiraciones actuales seguirán, ninguna doctrina o teoría como el «conspiracionismo». Sin saber a ciencia cierta su evolución ni si surgirán otras nuevas, ni si sus protagonistas serán tirios o troyanos. Creo que eso es moverse dentro de lo singular y lo concreto. Si hay algo universal en esta visión es fruto de la Revelación: Que hasta el fin de los tiempos los hombres deberán luchar contra el mal: “Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales.” Efesios 6:12

Redacción dijo...

Anónimo persistente: ha dejado ocho comentarios en menos de una hora, que no publicamos por razones que ya le expresamos en numerosas oportunidades. No obstante, aprovechamos para informarle:

La persona con TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO:
• No es capaz de controlar sus pensamientos o comportamientos, incluso cuando entiende que son excesivos.
• Dedica al menos una hora del día a estos pensamientos o comportamientos.
• No obtiene placer de realizar un comportamiento o ritual, más allá de un breve alivio de la ansiedad, tal vez.
• Tiene grandes problemas en la vida diaria debido a estos pensamientos o rituales.

Prosit!

Redacción dijo...

Anónimo persistente:

T.O.C. = trastorno obsesivo compulsivo.

Háztelo mirar.