jueves, 9 de enero de 2014

¿Intransigencia o adaptación?


La entrevista a John Rao ha sido un aporte interesante para desmitificar el modelo norteamericano. En las décadas de 1950 y 1960, las falencias del modelo estadounidense eran menos visibles que en la actualidad. Ofrecemos hoy el fragmento de un libro que reflexiona sobre los pros y contras de dos actitudes fundamentales que pueden asumir los católicos en la vida política. Las reflexiones también parecen aplicables al ámbito intra-eclesial.

"…surgen diversas actitudes en los espíritus. A dos grandes géneros se pueden reducir, hablando en líneas generales.
Primera actitud: Es la de aquellos que concentran su atención y esfuerzo en lo actual, no ciertamente desconociendo que hay un ideal, por decirlo así, puro y absoluto, al que hay que tender; pero sí trabajando en lo actual como si prácticamente fuera algo definitivo, o por lo menos tal que durará mucho tiempo sin que se pueda al presente influir sensiblemente en un acercamiento mayor al ideal puro cuya consecución, aun deficiente e imperfecta, se pierde en lejanías misteriosas e imprevisibles. 
La segunda actitud es la de aquellos que miran constantemente al ideal puro o a lo que debe ser, y a través de él contemplan lo actual, y por tanto con la continua atención y esfuerzo para ir influyendo en personas y circunstancias para la más pronta y eficaz consecución del ideal. La fe les guía y alienta, y el deseo de que sea lo que debe ser.
De estas actitudes se derivan conductas que pueden ser muy desemejantes. 1) Unos apenas proclaman el ideal y los principios absolutos; sólo parecen recordarlos de pasada, aunque puede ser que, cuando es necesario, con gran valentía. En cambio insisten en la visión de lo actual, y en las oportunidades de la acción inmediata. Corrientemente parecen convenir en todo con las personas aconfesionales y discurrir a la manera de ellas; con ellas colaboran amigablemente en el planteo y solución de los problemas sociales. Ven muy lejano el despuntar del sublime ideal y su irradiación en la práctica y creen perder tiempo levantando los ojos de la realidad para contemplar el ideal en toda su pureza y entusiasmarse por él. 2) Otros, en cambio, parecen estar siempre como desasosegados y descontentos de lo real. Lo miran siempre en relación con el ideal puro y con lo que debe ser en toda su plenitud. Y por esto ven siempre impresionados las deficiencias de la realidad. No se acomodan con satisfacción a los aconfesionales; y aunque agradecen lo que se les da, no renuncian en manera alguna, y así lo hacen constar claramente, a lo que tienen derecho. De ahí cierta actitud permanente de exigencia y de lucha.
De suyo, hablando en abstracto, las dos actitudes y conductas son estrictamente legítimas: la de «inteligencia, adaptación, armonía», y la de «intransigencia o lucha tenaz por el ideal»; y hablando también en abstracto, su vicio radical sería el desentenderse una plenamente de la otra con exclusivismo total. — ¿Cuál es en la práctica la más eficaz? Cuestión enormemente difícil, la más difícil quizá de todas las cuestiones prácticas de algún momento que sobre la conducta pública de un individuo o una sociedad se pueden proponer. Casi parece insoluble, y siempre habrá sobre ella respuestas divergentes —. Por de pronto en ambas soluciones la eficacia depende mucho de las personas y circunstancias (...). En todo caso las consecuencias son tremendas, pues de la solución adoptada depende muchas veces el porvenir religioso de las naciones. Por ejemplo, ¿qué hubiera sido del catolicismo en Francia si hubieran permanecido compactos los católicos después de la Ley Falloux, luchando todos a una en una dirección valiente y bien fija? Pero después de esa Ley surgieron diferencias de opinión y de táctica que no fueron sino acrecentándose y ensanchándose con el correr de los tiempos. La «adhesión» o el «ralliement» no logró concentrar las fuerzas católicas y el resultado final ha sido y es doloroso y patente.
León XIII
En general, las actitudes intransigentes son las que mejor suele entender el pueblo cuando está todavía en posesión de su fe y religión, y en las que más a gusto entra. Las actitudes de inteligencia adaptación son más bien del gusto de grupos selectos, a no ser cuando degeneran en el extremo de dejación y renuncia completa del ideal, pues entonces el pueblo, amortiguado el vigor de la fe, vive a sus anchas dentro de ellas.
Unas y otras tienen sus graves peligros y sus grandes ventajas. En la actitud de intransigencia y de lucha hay el enorme peligro de que, exigiéndose todo, al fin se quede uno con nada o muy poco; hay además el peligro de que hierva siempre una especie de desasosiego y lucha sorda en el seno mismo de la sociedad. Pero también hay la ventaja incomparable de que la lucha continua por el ideal evita el estancamiento y la corrupción, impide que se evaporen o pierdan su vigor las esencias de los principios, procurando que se apliquen con decisión y en su integridad a la práctica. A propósito del levantamiento de la Vendée ha escrito Alberto Vandal: «Hay que reconocerlo: la sangre derramada a torrentes en el Oeste fue para el catolicismo francés el germen de salvación». Y en diversas ocasiones la persistencia del catolicismo en un ambiente favorable a su difusión sin estorbo de otros cultos, se ha debido a grupos, más o menos numerosos, de católicos valientes que quieren defender sin balbuceos su catolicismo y que ante todo quieren ser católicos. Por fin, esta actitud es también la que enseña a guardar mejor la jerarquía de valores, concediendo clara y resueltamente a la Religión la primacía sobre todo lo demás.
Por su parte las actitudes de inteligencia, adaptación y armonía, si bien fracasan generalmente ante sectarios convencidos que a todo trance y por encima de todo quieren combatir la Religión Católica, suelen conseguir protección, buen trato y aun bastantes facilidades de acción cuando se trata de adversarios leales, que buscan sinceramente salvaguardar lo que juzgan el derecho de todos, y una convivencia social en un régimen fecundo de bienestar, de orden y de paz. Pero estas ventajas van acompañadas de muy graves inconvenientes. a) Hay ante todo en la masa el peligro de que, o no se resigne a ir por esos caminos de «inteligencia», o de que, puesta ya en esa ruta, llegue a extremos reprobables, pues la masa de suyo es extremista en bien y en mal. b) Hay también el peligro de que por los caminos de «inteligencia y adaptación » que son siempre de cierta condescendencia, se engendre una actitud de espíritu en la que se mire el hecho y la hipótesis actual como la única digna de ser tenida en cuenta, y se aparte la atención de lo que de suyo y por derecho habría de ser. Y esta actitud con frecuencia quita los estímulos para procurar una situación mejor y más conforme al ideal; al contrario hace como descansar en la situación actual como en algo definitivo a lo cual hay que acomodarse. Y fuerza es confesar que la naturaleza se acomoda con gusto. Y por lo general, cuanto menos se siente lo sobrenatural y divino y la trascendencia de la salvación de las almas sobre lo terrenal y pasajero, con mayor facilidad y gusto se acomoda uno a estas situaciones de hecho. c) En fin, las acomodaciones no son muy aptas para enseñar, y menos a la masa, la verdadera jerarquía de los valores, por la que sabemos anteponer lo divino a lo humano, los bienes del espíritu a los bienes materiales y del cuerpo, y el conato y esfuerzo, y, cuando es preciso, aun la lucha valiente y heroica por el ideal, a un estado de simples ventajas y bienestar material, pero en el que más o menos calladamente salen mermados los intereses de Dios y de las almas.
Jean Ousset
Los seguidores de una y otra parte buscan ejemplos en la historia para confirmar su respectiva actitud. Si los unos hallan en el Imperio español de los siglos XVI y XVII un ejemplo de los males horribles que se evitan con una actitud valiente y resuelta contra la heterodoxia y libertades excesivas, los otros señalan la próspera y potente República de Estados Unidos como ejemplar glorioso de un régimen de libertad religiosa que ampara los derechos de todos los ciudadanos en sus creencias religiosas ; y por lo mismo hacen notar cuán acertados y prudentes son allí los católicos no pidiendo ni pretendiendo ni menos exigiendo favores especiales.
Tomado de:
Segarra, I. La Iglesia y el Estado, Ed. Casals, Barcelona, 1963, ps. 150 -153.


1 comentario:

Pedro dijo...

En actitud de intransigencia y de lucha hay el enorme peligro de que, exigiéndose todo, al fin se quede uno con nada o muy poco. Este es el problema de la parte de Hermandad de San Pío X que se opone al acuerdo con Roma.