viernes, 31 de enero de 2014

Heterodoxia criptógama

"La Iglesia actual excluye gentilmente del depósito revelado
todo lo que la opinión pública condena" (Nicolás Gómez Dávila).

I. En una demoledora crítica al pensamiento del jesuita Juan Luis Segundo, Horacio Bojorge utiliza como instrumento la noción de herejía criptógama elaborada por Karl Rahner*. Vale la pena detenerse un poco a considerar esta noción acuñada por Rahner para comprender mejor algunas realidades de nuestro presente. Debemos aclarar desde ya que, en nuestra opinión, se debe mantener el término herejía en su sentido tradicional y estricto, mientras que para caracterizar realidades como las que describe Rahner, es mejor emplear el término heterodoxia. Por ello titulamos esta entrada heterodoxia criptógama aunque a veces empleamos el término "herejía" para exponer el pensamiento rahneriano.
Para el teólogo germano, después del modernismo, los errores en los escritos teológicos están más en lo que se silencia que en lo que se dice. La heterodoxia, actualmente, se ha hecho sutil y casi inasible por el sólo análisis de los textos. Porque sus autores por un lado reconocen la oposición de sus concepciones con las doctrinas de la Iglesia, pero, por otra parte, no quieren dejarse echar de la Iglesia por la autoridad eclesiástica. Existe así la herejía no formulada, que evita las tesis precisas y claras, que trabaja con simples omisiones y perspectivas unilaterales, y salta bruscamente a la práctica. El mismo Rahner pone algunos ejemplos: “¿No es algo así lo que motiva que se evite intencionadamente la palabra infierno, que no se hable ya de consejos evangélicos, de votos, del estado de las órdenes, o que se hable a lo sumo insegura y atropelladamente, cuando no hay ya más remedio? ¿Con qué frecuencia predica a su auditorio en nuestros países el predicador para hombres cultos de penas temporales, del pecado, de indulgencias, de los ángeles, del ayuno, del diablo (se habla a lo sumo de lo «demoníaco» en el hombre), del purgatorio, de la oración por las ánimas y de otras cosas parecidas y «pasadas de moda»?”
II. La fe nos obliga no solamente a un asentimiento interno a las verdades reveladas, sino también a una profesión externa. Esta obligación implica deberes negativos, que se imponen en todo momento de la vida, y deberes positivos que se hacen actuales solamente en determinadas circunstancias. Siempre es malo negar o poner en duda una verdad de fe. Pero no siempre hay obligación positiva de profesar exteriormente la fe. La obligación positiva existe solamente en circunstancias en que el silencio, o la tergiversación, implicarían una tácita negación, un desprecio, o se opondrían de algún modo al honor de Dios y al bien del prójimo. En otras circunstancias, aunque la profesión de la fe pueda ser un acto de verdadera virtud, el callar exteriormente la fe o alguno de sus artículos puede ser legítimo por causa justa, y más aún, a veces recomendable. Un estudio pormenorizado de estas situaciones corresponde a los moralistas. A los efectos de esta entrada, nos basta insistir en un punto: omitir la profesión externa de la fe, de modo total o parcial, no siempre es un acto reprochable.
III. En la explicación de las verdades de la fe pueden presentarse casos de herejías criptógamas sólo aparentes. Por lo que también aquí es necesario cuidarse de los excesos de la torquemaditis. Veamos algunos casos de criptogamia aparente:
1º.  Simple omisión material, por olvido, distracción, precipitación, etc.
2º. Omisión justificada por la restricción temática. Una obra expone el quinto Mandamiento y no habla de la Trinidad.
3º. Omisión prudente determinada por las circunstancias. El misionero interrogado por un pagano, que le pide le explique en quince minutos lo esencial de la fe católica, se verá en la necesidad de omitir prudentemente muchas cosas.
4º. Legítima pluralidad teológica. Un teólogo prefiere una explicación agustiniana y omite emplear nociones tomistas.

 5º. Género literario. Una homilía para niños o rústicos, o una obra mística, omiten emplear un lenguaje teológico preciso.
6º. Determinaciones culturales o idiomáticas. No siempre se hizo teología en latín, en forma de tesis, empleando el método y el argot de la Escuela Romana del siglo XX. Esto puede verificarse, por ejemplo, en los Padres de Oriente. Circunstancias culturales e idiomáticas pueden crear apariencia de herejía criptógama en quienes tienen limitado su horizonte de ortodoxia a la forma expositiva de algunos manuales.
III. Antes de explicar su noción de herejía criptógama, Rahner dedica algunas páginas al concepto tradicional de herejía, que juzga inadecuado para las presentes circunstancias. Cosa con la que no estamos de acuerdo, pues nada impide mantener la noción tradicional -y que la autoridad eclesiástica ponga mayor diligencia en aplicarla en casos que claman por una sanción- y aprovechar algunas observaciones de Rahner para vigilar otras formas de heterodoxia. 
IV. La caracterización que hace Rahner de la herejía criptógama ofrece algunos puntos de interés:
El fenómeno. “…hoy se da la herejía criptógama en una amplitud esencialmente más relevante que antes. La herejía criptógama se da en la Iglesia junto con su ortodoxia de fe explícita, y posee tendencia esencial a permanecer atemática, en lo cual consiste el cariz peculiar y extraordinario de su amenaza.”
“Ese afecto de cuidado, de vigilancia y sensibilidad del cristianismo frente a la herejía, afecto que le es esencial, debería hoy orientarse sobre todo contra la herejía criptógama. Lo cual es especialmente difícil, ya que ésta se encuentra también entre hombres de la Iglesia y puede sólo con gran dificultad ser delimitada de tendencias legítimas, de un justificado estilo del tiempo, etc.” “…por lo cual ofrece al ministerio docente [Jerarquía eclesiástica] una superficie de ataque mucho más pequeña, teniendo en consecuencia más perspectivas de operar amenazadoramente en la Iglesia.”
Mundo heretizante y praxis herética. “El hombre de hoy vive en un ámbito existencial (…) configurado también por actitudes, doctrinas, tendencias, que deben ser calificadas de heréticas, en cuanto que contradicen la doctrina del Evangelio. Todo esto, que es herético y que determina el ámbito existencial de cada hombre, no necesita indispensablemente objetivarse en proposiciones teoréticas. Cosa que, es cierto, sucederá con frecuencia, pero ni por necesidad ni de manera decisiva. El comportamiento fáctico, las medidas concretas, etc., pueden estar determinadas por una actitud herética, sin que ésta se formule reflejamente en frases abstractas de doctrina. Basta con que se realice en el material concreto de la vida. Considerando que esas objetivaciones (en la praxis de la vida, del estilo vital, de las costumbres, de los usos, del hacer y del omitir, de la dosificación, del avance y del retroceso) son especialmente idóneas tanto para objetivar una actitud herética fundamental, como para ocultarla, ya que, vistas abstractamente, no son pensables con frecuencia solo como objetivaciones inequívocas del espíritu herético (...). La atención, por ejemplo, por lo corporal y la adoración idólatra del cuerpo se mantienen con dificultad la una aparte de la otra en sus objetivaciones respectivas, sobre todo porque en determinadas circunstancias existe, desde tiempos anteriores, una cierta «necesidad de recuperación» de la valoración cristiana del cuerpo, no siendo fácil constatar si dicha valoración de lo corporal es cristiana todavía o es ya herética…”
Material y formal. “Advirtamos que en este concepto, igual que en el tradicional de herejía, queda conceptualmente abierta la cuestión de si dicha herejía está dada «formal» o «materialmente», de manera refleja (si bien no en reflexión sobre lo que de herético en cuanto tal haya en ella) o en realización irrefleja solo, si está dada como «opinión» peligrosa, periférica, o en cuanto acto existencialmente fundamental en el centro de la persona. Podemos, pues, decir provisionalmente: cada cual está hoy infectado por las bacterias y los virus de la herejía criptógama, aunque no por ello tenga que ser calificado necesariamente como enfermo de dicha enfermedad.”
Criptogamia en la Iglesia y su jerarquía. La herejía criptógama “…vive también en la Iglesia... Esa Iglesia en cuanto «multitud de creyentes» vive también en el mundo espiritualmente pluralista de la técnica, de la moderna sociedad de masas, de la civilización de unidad planetaria, de la libertad de pensamiento garantizada constitucionalmente, de la propaganda...”. La “implicitud de la herejía en los miembros de la Iglesia encuentra un extraño aliado en el hombre de hoy; en su recelo ante la fijación conceptual en cuestiones religiosas…”. Porque la Iglesia existe “…en un mundo estructurado heréticamente o de modo heresioide por las herejías criptógamas. Por lo cual no pueden sus miembros sino estar infectados criptógamo-heréticamente. Puesto que la Iglesia es Iglesia de pecadores, y puesto que en un mismo hombre pueden coexistir principios contradictorios (si bien en grados diversos del asentimiento existencial), sobre todo porque en parte ni son, ni necesitan ser, explícitamente temáticos para ser operativos. Tal índole de herejía puede darse en todos los miembros, también en los hombres de la dirección jerárquica. No existe principio alguno en la Iglesia que haga imposible que entre ellos haya incrédulos, aunque lo disimulen y ni siquiera se lo confiesen a sí mismos. Esta herejía no temática, criptógama, no necesita ser ni formal ni culpable…”. “Aunque Iglesia de los pecadores, es también Iglesia insuperablemente santa y que está firme en la verdad por el poder de Dios y por la gracia de Cristo… si bien la herejía criptógama sigue estando dada siempre, sigue siempre representando para cada uno un peligro mortal, no se hará nunca, sin embargo, tan prepotente en la Iglesia entera que confiese ésta sólo con los labios la verdad del Evangelio porque en su interior haya abandonado ya esa verdad heréticamente.”
Posible coexistencia con la fe exterior. “...la herejía criptógama se da en la Iglesia en y con su ortodoxia de fe explícita. La pertenencia a la Iglesia y la confesión expresa de su doctrina no son una defensa mecánica y absolutamente eficaz ante la herejía. A cada uno le pregunta Dios individualmente en su conciencia, que no puede sustituir la Iglesia, si no es quizá en el fondo, bajo la apariencia (que no sólo puede engañar a otros, sino a él mismo) de la ortodoxia, un herético no temático, de la índole criptógama de la herejía. Puesto que esto es posible sin que sea lícito minimizarlo, diciendo que en el fenómeno mentado se trata simplemente de un hecho conocido de antiguo: que no pocos infringen en la praxis de su vida sus fundamentales principios teoréticos, que muchos no hacen coincidir la praxis con la teoría.”
V. Las motivaciones de la heterodoxia criptógama pueden ser diversas y cambiantes de un caso a otro: simple ignorancia, negligencia, influjo del ambiente, miedo a la dictadura de lo políticamente correcto, deseo de agradar al mundo y de obtener su aprobación, frivolidad que conduce a asumir pose de transgresor, revolucionario o iconoclasta, ligereza intelectual, fanfarronería, etc.
En la práctica, Rahner es partidario de combatir la difusión de las heterodoxias criptógamas mediante la enseñanza y el esclarecimiento por parte del magisterio; unidas al estudio y el vigilante examen como responsabilidad personal de los fieles. El alemán descree de las sanciones disciplinarias, posición que no compartimos, pues nos parece que las sanciones –si se aplican con justicia y caridad- son un complemento necesario de los medios sugeridos.
En todo caso, la solución estaría –al menos en parte, a nuestro juicio– en denunciar más y mejor la heterodoxia criptógama, explicando doctrinas y sancionando conductas que en muchos casos no tienen la gravedad objetiva de la auténtica herejía, pero que pueden prevenirse mediante el uso de censuras menos graves que la excomunión, respetando en todo caso las exigencias de justicia respecto de los imputados. En suma, creemos que también es posible aplicar en la Iglesia la teoría de ventanas rotas a la custodia del bien público de la ortodoxia. 


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* Remitimos en este enlace a la crítica que Fabro hiciera a Rahner como aviso para quienes no sepan que el sistema de Rahner ha merecido muy serios reparos sobre su compatibilidad con la fe católica.

martes, 28 de enero de 2014

¿Camisa de fuerza ultramontana? No, gracias



La bibliografía que comenta y explica el dogma de la infalibilidad es amplísima y de muy diverso valor. Dentro de las obras de buena doctrina es difícil encontrar algo novedoso sobre este tema. Sin embargo, hace unas semanas encontramos una explicación clara y a la vez didáctica de lo definido por el Vaticano I. Que proviene de una obra representativa de la teología del siglo XIX a la que los usuarios habituales de la “camisa de fuerza ultramontana” no pueden tachar de "vaticanosegundista", "posconciliar", etc. Su extensión no es la de un libro monográfico pero tampoco se limita a las escuetas páginas de manual. El aparato crítico es riguroso y registra la opinión de autores tan diferentes como Manning y Newman. Trata algunos puntos muy divulgados y otros menos conocidos, pero de interés para un católico tradicional. Por todo esto nos ha parecido importante traducir y publicar un capítulo del libro Lyons: Christianity and infallibility: both or neither. Longmans, Green & co., New York, 1892 (Ps. 1-30). La traducción del capítulo completo está en nuestro estante de scribd. Es una lectura para meditar con tiempo.
En esta entrada reproducimos sólo algunos fragmentos nuestra traducción que refuerzan conclusiones que permiten eludir la hipertrofia de la infalibilidad: 1ª, no todo el magisterio pontificio o conciliar es infalible; 2ª, para que exista infalibilidad es clave la definición, unida una clara intención docente de definir y obligar a un asentimiento absoluto y universal; 3ª, el carisma de la infalibilidad, que no es inspiración, se limita a lo definido, y no a lo que acompaña a la definición, como las consideraciones previas, la exposición de motivos, los argumentos teológicos concomitantes, el pensamiento del papa como doctor privado, etc. 
Esperamos que sea de provecho para nuestros lectores.
"...De acuerdo con lo que se ha dicho hasta ahora, la infalibilidad del papa está circunscrita a su magisterio, y tiene que ver exclusivamente con cuestiones de fe y moral. La pregunta que surge ahora es: “¿todo pronunciamiento del papa, como maestro supremo de la Iglesia, en materia de fe y moral, es un enunciado dogmático o infalible? La respuesta es decididamente no (68). Los teólogos distinguen los pronunciamientos del papa sobre la fe y la moral en dos clases. La primera clase, comprende lo que se llama técnicamente pronunciamientos ex cathedra (a veces también llamados dogmáticos); los pronunciamientos de la segunda clase se llaman simplemente doctrinales. Esta es una distinción muy importante, y debe tenerse en cuenta para evitar la confusión y el error.Ahora bien, sólo las declaraciones ex cathedra son infalibles. Ninguna otra expresión del papa -no importa cuán importante y autoritativa pudiera parecer, aunque fuera promulgada expresamente en virtud de su suprema autoridad apostólica, y dirigida formalmente a toda la Iglesia (72)-, es o pretende ser infalible.
El papa habla infaliblemente cuando, y sólo cuando, habla ex cathedra, y el Concilio Vaticano (74) nos dice en términos precisos y autoritativos, que habla ex cathedra "cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia". Esto es, en otras palabras, el papa habla ex cathedra cuando habla bajo las siguientes cuatro condiciones (76); primera, como maestro supremo de la Iglesia universal, en virtud de la autoridad conferida por Cristo a San Pedro, el primer papa; segunda, cuando define una doctrina; tercera, en relación con la fe o la moral; cuarta, con la intención de obligar a toda la Iglesia a aceptar y asentir interiormente a su decisión. Una quinta condición, es que debe ser perfectamente libre en su acción, lo que es, por supuesto, esencial, pero ello está implicado necesariamente en la cuarta (78). Cuando estas cuatro condiciones están presentes, sin duda, el papa habla ex cathedra o de modo infalible, y cuando una de ellas está ausente, entonces, no importa en qué forma y con qué solemnidad pudiera hablar, su expresión no pretende ser y no es infalible. Tal es el dogma de la infalibilidad papal como lo define el Concilio Vaticano y se incorpora en el Credo católico. 
Para resaltar de manera más definitiva, la fuerza de las anteriores condiciones, son necesarias algunas observaciones sobre cada una.(...) Segunda: cuando define una doctrina. "Esta condición señala los únicos actos concretos del papa que tienen la garantía de infalibilidad; es decir, los actos en que define una doctrina. Se incluye aquí a todos los actos dogmáticos o sentencias emitidas por el papa, sean definiciones de verdades, o declaraciones de hechos, o condenas de errores (78). Se excluyen todos los demás actos. "Una vez más, esta condición, como es manifiesto, exige un acto positivo por parte del papa, porque con omisiones, ya sean culpables o no, la infalibilidad no está implicada de ninguna manera. "Es evidente", dice el Padre Knox (79), "que la simple omisión de definir un dogma, o condenar a un error, incluso si la omisión se debiera a una negligencia culpable que hace daño a la Iglesia, no es de ninguna manera incompatible con la prerrogativa de la infalibilidad. El papa es infalible sólo cuando enseña; y enseñar es una cosa, y omitir enseñar es a otra".Al considerar el efecto de esta condición debe prestarse especial atención al significado exacto de los términos empleados. La palabra "definir" (definire), tal como se utiliza en la definición del Concilio Vaticano, significa resolver de manera definitiva, es una determinación final. Por lo tanto, en orden a ejercer su infalibilidad, el papa debe tener la intención de pronunciar una decisión irrevocable, irreformable, absolutamente final (80); si la decisión no es definitiva y absolutamente inalterable, no existe, sin dudas, ejercicio de la infalibilidad.  
La palabra "doctrina" también es digna de destacarse, sobre todo en referencia al ámbito de la moral. En la moral hay que distinguir cuidadosamente entre la doctrina y la conducta, entre los principios y la práctica, entre la verdad en abstracto y su aplicación a los casos particulares. Ahora bien, el papa es infalible en la definición de la doctrina, el principio general, la verdad de la ley en abstracto; pero no es infalible en su aplicación a los diversos casos particulares que puedan surgir. En otras palabras, el papa es infalible en sus juicios sobre los principios morales, pero no en sus juicios sobre las acciones morales. La "infalibilidad", escribe el cardenal Hergenrother (81) "sólo se refiere a los preceptos morales, a los principios generales que el papa prescribe a todos los cristianos como una regla de conducta; no a la aplicación de estos principios a los casos individuales, y por lo tanto de ninguna manera excluye la posibilidad de que el papa cometa errores en su gobierno por excesiva severidad o de otra manera. Su infalibilidad, que posee sólo como maestro, lo preserva de hecho de la falsificación de las doctrinas de la Iglesia en cuanto a la fe y la moral pero no hay seguridad de que siempre aplicará sin error estas doctrinas y que nunca cometerá personalmente una ofensa contra ellas. Y de nuevo, “Inocencio III (a quien por cierto los acatólicos consideran como el más imperativo y autoritario de todos los papas) establece claramente que los juicios sobre las personas, en casos individuales, no deben suponerse infalibles". 
Lo que se acaba de decir también sugiere la razón por la cual, como observa el cardenal Newman (83), infalibilidad y conciencia nunca pueden entrar en conflicto directo. El objeto de ambas es diferente. La infalibilidad preside el dominio del pensamiento; la conciencia regula el dominio de la acción. El oficio de la infalibilidad es definir la doctrina, el principio general, la verdad abstracta, para dirigir correctamente el pensamiento; el oficio de la conciencia consiste en aplicar la doctrina, principio o verdad, definida, en el caso concreto individual, para dirigir correctamente la acción. Pertenece a la infalibilidad señalar y definir la regla de conducta; aplicar la citada regla a cada acto particular de la conducta pertenece a la conciencia. Es decir, en otras palabras, la infalibilidad tiene que ver con la verdad y la falsedad de la doctrina y los principios; la conciencia, con la licitud e ilicitud de las acciones; la infalibilidad responde a la pregunta, "¿es tal o cual doctrina, o principio, verdadera o falsa, en abstracto?"; la conciencia: ¿"es tal conducta correcta o incorrecta, justificable o no, en el presente caso y sus circunstancias"?(...) 
Cuarta: "con la intención de obligar a toda la Iglesia a aceptar y asentir interiormente a su decisión." Esta condición, según la interpretación de los teólogos, implica dos cosas: (a) el papa debe tener la intención de obligar a la aceptación intelectual de toda la Iglesia; y (b) la intención debe expresarse claramente. El papa puede ejercer su prerrogativa de la infalibilidad sólo cuando se dirige a toda la Iglesia, con intención de obligar a todos los miembros de la misma, en todo el mundo, a un asentimiento interior absoluto. La obligación de un juicio infalible, por lo tanto, debe hacerse extensiva a la Iglesia universal, a la Iglesia en todas partes, o en ninguna; en todos los países, o en ninguno en absoluto. "En consecuencia ", escribe el cardenal Newman (85), los "mandatos que emanan de él [el papa] para determinados países, o grupos políticos, o religiosos, no tienen ninguna pretensión de ser expresiones de su infalibilidad." La intención del papa al pronunciar un juicio infalible debe quedar clara más allá de toda duda razonable. Los teólogos son enfáticos en la necesidad de esta condición. "La intención de obligar a todos los fieles", dice el cardenal Hergenrother (87), "debe hacerse constar expresamente"; "debe ser manifiesta y cognoscible por signos o indicios claros"; dicen los cardenales Franzelin (87) y Mazzella (88). Lo que el papa, por tanto, pudiera pensar o tener la intención de decir, pero no exprese de manera real, y clara, no debe ser considerado como incluido en su declaración infalible (89). Aunque hay ciertas formas o frases que nunca se utilizan, excepto en los juicios ex cathedra, con todo (90) el papa no está vinculado a ninguna fórmula establecida para el ejercicio de su infalibilidad (91). El papa puede, por otra parte, cuando habla ex cathedra, dirigirse directamente a los Obispos de una nación determinada, o incluso a sólo un obispo.(...)
Imagen publicada en el
facebook del sitio oficial news.va
Una observación más, y habremos determinado el único acto, específico y definitivo, en el cual el papa solo es infalible. En el caso de una expresión ex cathedra verdadera, puede, evidentemente, haber disputa sobre la investigación que precede a la definición, sobre el prefacio o la introducción a la misma, o sobre de lo que se dice de manera incidental o sólo de forma indirecta, sobre las explicaciones, las citas y las referencias que se hacen, las razones o argumentos aducidos en prueba de la verdad a ser definida, o en la refutación del error a ser condenado. En todo esto, sin embargo, no hay ejercicio de la infalibilidad, y sólo la definición misma de una verdad, o la condena de un error, es ex cathedra; y, por lo tanto, objeto de la infalibilidad. Esta es la enseñanza común de los teólogos católicos. "En los decretos dogmáticos (es decir, infalibles) de los papas, así como en los de los Concilios", escribe el cardenal Hergenrother (95), "es necesario distinguir entre la definición de un dogma, y las razones, explicaciones, etc., añadidas a la misma. La infalibilidad sólo puede pertenecer a la definición misma." "Lo que la Providencia ha asegurado", dice el cardenal Newman (96), "es sólo esto: que no podría haber ningún error en el último paso, en la definición o dogma resultante. Por consiguiente, todo lo que el Concilio, y todo lo que el papa, define infaliblemente, es una respuesta directa a una pregunta específica que se considera; la prerrogativa no se extiende más allá del poder -desde su Cátedra- de dar a esa pregunta una respuesta verdadera". Exactamente la misma distinción se hacen y se reconocen en las sentencias autoritativas de nuestros tribunales civiles. Lo que se reconoce como jurídico y vinculante no son los comentarios preliminares del juez, sus explicaciones, citas, o incluso los argumentos, por grande que sea su peso y el respeto que merezcan, sino sólo la decisión del caso. He hecho hincapié en esta limitación porque su ignorancia u olvido ha dado lugar a muchas objeciones irrelevantes..."

lunes, 27 de enero de 2014

Jack Tollers: catecismo para tiempos difíciles

Dos conferencias de Jack Tollers, para jóvenes y no tan jóvenes, sobre las virtudes teologales de la fe y la caridad. 





N. de R.: ya están disponibles los dos vídeos.

viernes, 24 de enero de 2014

La bofetada de Francisco a los capitalistas católicos

La bofetada de Francisco a los capitalistas católicos.
Por Massimo Borghesi.
A muchos en Estados Unidos no les ha gustado. La Evangelii Gaudium, la Exhortación Apostólica del Papa Francisco que en Europa ya corre el riesgo de caer en el olvido, como todos los documentos papales pasados y futuros, en Norteamérica está dando mucho que hablar.
Según el periodista radiofónico Rush Limbaugh, que goza de una audiencia de veinte millones de oyentes y de un contrato millonario, el Papa «no sabe de qué habla cuando se refiere al capitalismo y al socialismo». Califica las afirmaciones de su Carta como «puro marxismo en boca de un Papa». En su opinión, no existe un capitalismo sin límites como el que describe Francisco, ni tampoco la Iglesia católica está en condiciones de dar lecciones sobre este tema.
Consideraciones de las que se ha hecho eco uno de los líderes del Tea Party, Jonathon Moseley, para quien «Jesús está llorando en el cielo por las palabras del Papa», ese Jesús que «hablaba al individuo, nunca al Estado o a la política de un gobierno. Era un capitalista que predicaba la libertad personal, no un socialista».
Pero estas posiciones de Limbaugh y Moseley no están aisladas. Frente a opiniones positivas como las expresadas por The Guardian, el periódico de los laboristas ingleses, y el Washington Post, expresión del ala liberal norteamericana, la revista económica Forbes ha dedicado a la Evangelii Gaudium una serie de artículos muy críticos. En su opinión, sobre este Papa pesa la ascendencia peronista, su búsqueda de una “tercera vía” entre capitalismo y socialismo, la sugestión de la teología de la liberación, la cercanía con los análisis del Premio Nobel Joseph Stiglitz, muy valorado por Mons. Marcelo Sánchez Sorondo, el canciller argentino de la Pontificia Academia para las Ciencias Sociales. Como guinda de todas estas críticas, destaca la postura del más ilustre exponente del capitalismo católico norteamericano, Michael Novak, autor de “The Spirit of Democratic Capitalism”, que marcó el punto de encuentro entre católicos y republicanos en la gran alianza político-religiosa patrocinada por el presidente Reagan en los años ochenta contra el comunismo mundial.
Novak se ha mostrado sorprendido por ciertas afirmaciones «sesgadas y sin fundamento» por parte del Pontífice: «algunas de las críticas más duras lanzadas por este texto resultan tan apasionadas e intencionadas que hacen perder de vista la habitual serenidad y generosidad de espíritu que caracterizan al Papa Francisco. Naturalmente, a estas críticas han dedicado su atención los medios, como Reuters y The Guardian. Entre ellas destacan “las teorías de la recaída favorable”, la “tiranía invisible”, la “idolatría del dinero”, la “inequidad”, y la necesidad de una “vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano"». Según Novak, se trata de afirmaciones sobre el sistema capitalista que no son de recibo. «De Max Weber en adelante, el pensamiento social católico ha sido acusado de ser la causa de la pobreza en muchas naciones católicas. Y precisamente sobre esta vertiente, el Papa Francisco refuerza casi de un modo desapercibido las tesis de Weber».
El resentimiento de Novak es comprensible. Conocido como el Weber católico, aquel que en el lugar de La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Weber ponía la ética “católica” como verdadero fundamento del capitalismo “democrático”, se encuentra ahora con un pontificado que desconfía de ese sistema que él, desde siempre, contribuyó a legitimar y a librar de cualquier posible acusación. Hay un punto, entre los muchos de la Evangelii Gaudium, que resulta inaceptable para Novak: «su superficial alusión a las teorías de la “recaída favorable”». Es la teoría del trickle-down, punto central del modelo liberal.
Como escribe el Papa en su Carta: «En este contexto, algunos todavía defienden las teorías de la “recaída favorable”, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia» (Evangelii gaudium, 54). Una crítica que no ha gustado a Novak. Sobre todo la idea de que el modelo capitalista no haya sido confirmado por los hechos como fuente generalizada de bienestar. La respuesta, incómoda, dada la nacionalidad del Papa, reside en el hecho de que en «Argentina y en otros sistemas estáticos, privados de cualquier mecanismo de movilidad social, este comentario sería comprensible. Sin embargo, allí donde generaciones enteras, como en Norteamérica, demuestran la eficacia de la movilidad social, la afirmación del Papa no se corresponde en absoluto con la verdad. La movilidad social promovida por ciertos sistemas capitalistas representa la realidad vivida y experimentada de un vasto porcentaje de la población americana y no una “confianza burda e ingenua”».
La crítica de Novak, es decir, del más ilustre católico capitalista en los USA, demuestra, en su nerviosismo, de qué modo la Evangelii gaudium ha dado en el blanco. Hasta el punto de que el propio pontífice, en su entrevista con Andrea Tornielli para La Stampa (“Jamás tener miedo a la ternura”, 15 de diciembre de 2013), tuvo que puntualizar el controvertido punto señalado por Novak: «En la Exhortación no hay nada que no se encuentre en la Doctrina social de la Iglesia. No hablé desde un punto de vista técnico, traté de presentar una fotografía de lo que sucede. La única cita específica fue sobre las teorías de la “recaída favorable”, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Se prometía que, cuando el vaso hubiera estado lleno, se habría desbordado y los pobres se habrían beneficiado. En cambio sucede que, cuando está lleno, el vaso, por arte de magia, crece y así nunca sale nada para los pobres. Esta fue la única referencia a una teoría específica. Repito, no hablé como técnico, sino según la Doctrina social de la Iglesia. Y esto no significa ser marxista».
Lo que llama la atención es la aclaración final. Acostumbrados, después de 1989, a una legitimación sin condiciones de la globalización capitalista, celebrada como “fin de la historia” y como panacea de todos los males, cualquier crítica contra ella asume el sentido de una posición cripto-comunista. La Evangelii Gaudium rompe el muro de silencio y lanza una piedra, potente, al estanque de las ideas. Ya lo había intentado Benedicto XVI en su Caritas in Veritate, una encíclica que contenía grandes novedades y óptimas puntualizaciones críticas. En comparación con ella, la exhortación apostólica parece más resuelta, toma el toro por los cuernos y no teme gritar al mundo los límites, evidentes para todos después de la debacle financiera de 2008, de un modelo económico que, confiado a sí mismo, corre el riesgo de arrastrar el mundo entero.

Límites estructurales y no periféricos. Hasta Novak reconoce que los potenciales efectos deshumanizantes del capitalismo pueden mitigarse, a los márgenes del sistema, con la actividad caritativa y asistencial propia del cristianismo. Pero no admite que la caridad pueda traducirse en política, de modo que pueda afrontar las causas “estructurales” que, según el Papa Bergoglio, amenazan actualmente la concordia interna y externa de los pueblos, la paz. «Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del “descarte” que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”» (Evangelii gaudium, 53).
La crítica al sistema capitalista-financiero impuesto después del 89 es una crítica a un sistema “asocial”, fundado sobre la exclusión. Exclusión de los desempleados, de los jóvenes, de los pobres, de los invisibles. Exclusión de la ética y de la política.
«¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia» (Evangelii Gaudium, 203). Para el Papa Francisco, la cuestión está clara: «Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado» (Evangelii gaudium, 204).
Hay que intervenir activamente para promover una equidad que no coincide con el mero crecimiento económico. «Estoy lejos –escribe el Papa– de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos» (Ibidem). La esfera económica no puede reivindicar una autonomía absoluta, ni mucho menos una prioridad sobre la política.
Es necesario un retorno al primado de la política, que tenga como horizonte el bien común social. «La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad “no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas”. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!» (Evangelii gaudium, 205).

Una cosa es cierta: raramente un texto del magisterio social de la Iglesia ha hablado con más fuerza. Llama la atención, en la exhortación de Francisco, el tono, el paso del análisis descriptivo a la primera persona, la implicación directa del pontífice, la cólera frente a un mundo que tendría todos los medios posibles para aliviar los sufrimientos y la marginación de millones de seres humanos y no lo hace. «El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos» (Evangelii Gaudium, 58). Una provocación que, por lo que parece, ni Forbes ni Michael Novak han recibido con agrado.
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martes, 21 de enero de 2014

Hunwicke: FSSPX, ¿ecumenismo sí o no?

El padre John Hunwicke estudió y enseñó en Oxford. Clérigo anglicano, se hizo católico y hoy pertenece al ordinariato Nuestra Señora de Walsingham. Las entradas de su bitácora destacan por un agudo sentido del humor y un notable manejo de la ironía.
Lo que publicamos ahora es nuestra traducción de un par de entradas de Hunwicke sobre las relaciones entre la Santa Sede y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Creemos que aporta al tema una perspectiva independiente, por cierto discutible en muchos aspectos, pero que señala el talón de Aquiles de muchas posturas oficiales u oficiosas respecto de la Fraternidad: se oponen a la letra y el “espíritu” ecuménicos del Vaticano II. Dicho de otro modo: vistos los antecedentes ecuménicos de las últimas décadas, no se comprende el maximalismo doctrinal de Roma en cuanto a la aceptación del Concilio. Aunque no somos deterministas, no compartimos -entre otras cosas- el optimismo del autor respecto de S.S. Francisco.
En la relación entre la Santa Sede y la Fraternidad San Pío X, hay un enorme problema de fondo, que es tan obvio que pocas personas lo mencionan. Como miembro de un Ordinariato -otro exitoso esfuerzo ecuménico de Benedicto XVI- tengo un interés natural en esta cuestión y rezo por su solución. Este es el locus standi desde el que formulo la siguiente pregunta.
FSSPX y el Vaticano... ¿es esta una cuestión del ecumenismo o de disciplina interna de la Iglesia? ¿Es la FSSPX un grupo de amados hermanos separados con el que, nosotros, los católicos, debemos, en conformidad con el mandato del Concilio Vaticano II, “estirar cada uno de nuestros tendones” para alcanzar la unidad... porque, con su inmensa riqueza espiritual, tienen tanto que ofrecer a la Iglesia Católica; o es simplemente una porción de la Iglesia latina en una situación canónica irregular, que debe ser completamente aplastada en la cabeza, como los Franciscanos de la Inmaculada, hasta que se arrastre miserablemente?
Tanto la Santa Sede como la FSSPX, en efecto, conspiran para garantizar que se aplique el segundo modelo; Roma, a causa de su inclinación natural a ejercer el control total sobre la Iglesia latina; la FSSPX, ya que cree ser, no sólo una parte de la Iglesia latina, sino incluso la única parte verdaderamente sana y doctrinalmente sólida.
Pero ¿qué sucedería si Roma, al menos, probara el primer modelo? Supongamos que trataran los "problemas" que la FSSPX tiene con el Vaticano II del mismo modo en que Roma trata los "problemas" de los "nestorianos" o de los "monofisitas". Con ellos, Roma es feliz hasta el punto de la euforia firmando acuerdos cristológicos, sin exigirles la aceptación explícita de Éfeso o de Calcedonia. O tomemos a los anglicanos, a quienes, sin aceptar las verdaderas palabras de Trento, se les dijo de parte de varios dicasterios, incluso la CDF, que el último documento (denominado "Aclaraciones") del proceso de ARCIC, en su sección Eucaristía, significaba que "no era necesario trabajar más en esa materia”. O, para decirlo de otra manera: si el único obstáculo entre Roma y las Iglesias rusa y griega fuera Dignitatis humanae, ¿insistiría realmente Roma en que no hay nuevos avances posibles sin la sumisión explícita de los ortodoxos tanto a ese documento como a la "totalidad del Magisterio post-conciliar”?
 (Ahora que lo pienso, dado el afecto que los jerarcas griegos y rusos tienen hacia el concepto de Estado [confesional] ortodoxo, Bizancio redivivum, esta última fantasía mía no es una posibilidad tan inconcebible. ¿Ha leído usted acerca de la última propuesta cambio en la Constitución de Rusia? ¿Podría ser divertido que el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos pidiera a las venerables comunidades de la Santa Montaña [Athos] que elaboraran un comentario doctrinal sobre la Dignitatis humanae, que luego pudiera ser la base para el diálogo entre el Vaticano y FSSPX?)
Los burócratas de la Curia, entonces, tratan al mismo tiempo de conservar el pastel y comérselo. Cuando les conviene, tratan a la FSSPX como a sujetos desobedientes y no como a hermanos separados. Pero cuando las exigencias de la polémica lo requieren, como lo hicieron a finales del año pasado, se habla de la FSSPX como en estado de cisma, o incluso como excomulgada en algún sentido impreciso. Pero harían bien en pensar cuidadosamente acerca de las implicancias que tienen esta clase de declaraciones para el estatuto del diálogo con la Fraternidad. Porque si los miembros de la FSSPX son cismáticos excomulgados, entonces ellos califican para el tratamiento que Unitatis redintegratio prescribe para los hermanos separados (1).
O para decir lo mismo -nuevamente- aunque de otra manera: ¿la política vaticana consiste realmente en esperar un milenio, o medio, para consolidar y hacer cada vez más amarga la ruptura entre Roma y la FSSPX, y, una vez que la ruptura sea suficientemente amarga, definitiva y se haya consolidado en el largo plazo, sólo entonces, pasar a los gestos sentimentales y a los rituales afectuosos de “brazos abiertos”, “queridas iglesias hermanas”, [etc.,] como parte del proceso ecuménico? Sé que hay un viejo dicho que dice que Roma piensa en términos de siglos... ¿pero puede ser este realmente el plan?
¿Existe un plan?
Unitatis redintegratio del Vaticano II se concentra sabiamente en lo que era positivo; en lo que -con seguridad- puede decirse que la Iglesia Católica y otras confesiones tienen en común. (La misma actitud se adoptó hacia las religiones no cristianas.)
Esto era más bien como mirar el vaso de vino ortodoxo diciendo " ¡Qué bien! Está a tres cuartas partes (o más) lleno". Pero en el diálogo entre el Vaticano y la FSSPX, todo el tiempo se ha perdido en un regateo sobre si el vaso de la Fraternidad podría ser un mililitro o dos menos que lleno.
La “maquinaria” del moderno ecumenismo católico no le grita a la Ortodoxia: "ustedes deben aceptar cada palabra de los decretos de Florencia, y todo el Magisterio papal post-florentino". O, si lo hace, usa una voz demasiado baja como para que yo la haya escuchado. Un funcionario de la Curia ha dicho recientemente, de la FSSPX, que "tienen que cambiar su enfoque y aceptar las condiciones de la Iglesia Católica y del Sumo Pontífice". ¿Es esta la forma en que el Vaticano habla a los ortodoxos... o a los metodistas...?
Creo que la situación con respecto a la Fraternidad San Pío X es urgente. Aunque el arzobispo Lefebvre eligió sabiamente a hombres jóvenes para consagrarlos obispos, esos jóvenes tienen ahora 25 años más. Llegará el momento en que tendrán que enfrentar los problemas en torno a la consagración episcopal de sus sucesores. ¿Deberemos, realmente, cuando llegue ese momento, revisar todos los argumentos atrabiliarios e interminables sobre los estados de necesidad y las excomuniones latae sententiae? ¿Hay algún otro grupo eclesial para quien la Santa Sede recete una perspectiva tan lúgubre como camino a seguir para una gozosa reconciliación? ¿No fue Benedicto XVI quien cortó este peculiar nudo gordiano? ¿Y, al hacerlo, acaso no padeció las calumnias de los ignorantes y malintencionados?
El Papa Francisco tiene críticos que creen que su franqueza, su humildad, su deseo de recortar la burocracia, su preferencia por una Iglesia que hace algo, incluso si se cometen errores, no es más que “relaciones públicas”, todo imposturas. Creo que esos críticos no tienen razón. Pienso que es alguien sincero y lleno del espíritu de oración.
Pero la crisis que enfrenta es mayor de lo que se suele suponer. Si Roma simplemente no puede lograr un acuerdo con la FSSPX, con la que tiene en común todas las definiciones dogmáticas de todos los concilios ecuménicos, y también las definiciones ex cathedra de los romanos pontífices, ¿qué posibilidad real existe de que alguna vez vaya a avanzar con iglesias y comunidades cristianas doctrinalmente más distantes? La posibilidad misma de reconciliación eclesial, de redintegratio unitatis, está en juego. Si Roma puede llevarla a cabo con la FSSPX, entonces cualquier cosa puede suceder. Pero si no... Clío espera con ansiedad...
Puedo pensar en una poderosa razón por la cual Francisco es el hombre para concluir con este episodio. Si Benedicto lo hubiera hecho, todos los predecibles bobos de los medios católicos y no católicos habrían dicho que tal cosa sólo era una prueba más de su carácter ultra-reaccionario. Francisco, si lo resuelve, creará una confusión masiva entre los bobos predecibles, pero su reputación actual en los medios le permitirá, por así decirlo, salirse con la suya. Esta vez, a los inicios de su pontificado, es el momento, el kairos divino, para tal acción, que puede muy probablemente no volver a ocurrir. (Existe evidencia de que los comentaristas más perspicaces en los medios progresistas están empezando a ver a través de su persona.)
El Santo Padre tiene abierta la posibilidad de resolver el "problema" de la FSSPX en cuestión de días. El Romano Pontífice concede regularmente una audiencia, creo que el viernes por la noche, al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El próximo viernes, él podría dar sus órdenes al arzobispo Müller. Durante la próxima audiencia, podría firmar los documentos (2). El miércoles siguiente, en la audiencia general, al besar a los bebés y abrazar a los lisiados, podría abrazar en público a Su Excelencia Mons. Fellay y a los otros líderes de la FSSPX, frente a todas las cámaras del mundo y a los periodistas que se rascan la cabeza. Y, del mismo modo que electrizó al mundo con su elección de los pies para lavar y besar en su primer Jueves Santo, Francisco podría utilizar una docena de jóvenes clérigos de la Sociedad en el pedilavium de su segundo jueves Santo. (Después de todo, Pablo VI, cuando tenían en ​​Roma los festejos para celebrar la remisión de las excomuniones de 1054, desconcertó al pobre Metropolita Melitón buceando en el suelo y besando sus pies... la humildad... usted sabe que tiene sentido…).
Luego podría pronunciar un discurso sobre la reconciliación. Podría pasar a la historia como el discurso de la barba de Aarón.
O, si el Santo Padre no es lo suficientemente osado, o no es de igual modo su propio maestro, para ser capaz de llegar a esto, la remisión de la excomunión del arzobispo Lefebvre sería un primer gesto amigable.
Y cuanto más inanes o infantiles creas que son mis observaciones y opiniones, tanto más pienso que deberías dejar las risitas y hacer frente a las preguntas que planteé más arriba: ¿existe un plan, que no sea el de esperar que las próximas décadas se transformen en siglos y que la ruptura se vuelva una roca inamovible? Y: ¿es este el modelo de ecumenismo del Vaticano II?

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(1) Esto tiene también un aspecto pastoral y canónico. Los escritores anti-FSSPX comúnmente afirman que los matrimonios de la FSSPX no son válidos. Pero si FSSPX está fuera de la Iglesia, entonces son tan válidos como los matrimonios metodistas o luteranos. Y las absoluciones son tan válidas como praxis del Vaticano considere que lo sean las absoluciones de los ortodoxos. ¿No sería, de todos modos, un gesto pastoral admirable en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que Roma a concediera facultades en estas materias [sacramentales] a los sacerdotes de la FSSPX y emitiera una sanatio de todos los matrimonios anteriores de la FSSPX? Tendría misma grandeza, la misma generosidad, como la remisión de la excomunión por el Papa Benedicto XVI.
(2) Como han señalado a menudo observadores vaticanos, la solución obvia es garantizar a la FSSPX, precisamente, lo que, de facto, ya tiene. Esto preservaría la Santa Sede de la indignidad de una negociación, y reduciría considerablemente el riesgo de una división dentro de la FSSPX. Es preciso incluir dos disposiciones adicionales, tomadas de Anglicanorum coetibus: (1) requerir a la FSSPX la consulta  con los ordinarios locales sobre la evolución de su misión, pero sin dar a esos ordinarios ningún derecho de veto real; y (2) proporcionar para su eventual consagración como obispo, siempre a sugerencia de la Fraternidad, una terna de candidatos enviar a Roma, toda vez que se produzca una vacante episcopal. Así podría nominarse a un sustituto para el obispo Williamson.

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lunes, 20 de enero de 2014

¿El Papa malinterpretado?



Hace unos días, desde el Vaticano se advertía a los lectores de la necesidad de consultar las fuentes informativas oficiales para tener ulterior confirmación sobre las declaraciones del Papa Francisco. Porque si las palabras atribuidas al Papa no aparecen en los medios oficiales, significa que las fuentes informativas reportan noticias no verdaderas. Esto es cierto en algunos casos pero no es la verdad completa. En efecto, no basta con afirmar que si las palabras atribuidas al Papa no aparecen en los medios oficiales del Vaticano consiguientemente son falsas. ¿En qué quedan los reportes que medios de comunicación, diferentes a los oficiales del Vaticano, han hecho sobre las innumerables llamadas telefónicas sorpresivas que el Papa Francisco ha hecho a diversas personas? Vamos a citar otro ejemplo más concreto, ¿qué pasa con esta espontánea entrevista, así sea corta, concedida por Francisco a un periodista durante su visita a Asís? ¿Y qué sucede con las homilías del Papa Francisco durante la Misa diaria en la Casa Santa Marta? Quienes asisten a ellas pueden reportar palabras efectivamente dichas por el Pontífice durante el curso de las mismas, que los medios oficiales del Vaticano no consignan por motivos que el portavoz vaticano explicó en su momento. ¿Entonces las reportadas palabras, por no aparecer en los medios oficiales del Vaticano, serían falsas? No sabemos si los colaboradores del Papa tienen una clara estrategia de comunicación. Lo que sí parece bastante claro es que la verborragia de Pontífice los pone en la necesidad de dar explicaciones que no se corresponden plenamente con la realidad, para salvar declaraciones muchas veces ambiguas o poco prudentes. Ofrecemos hoy nuestra traducción de un artículo que enfoca estos problemas de comunicación con saludable realismo.


New Oxford Review, Noviembre de 2013.




“Si somos demasiado explícitos, corremos el riesgo de equivocarnos”, admitió el Papa Francisco en su larga entrevista con el P. Antonio Spadaro, S.J., publicada este septiembre por las revistas jesuitas de todo el mundo. Entonces, ¿el Santo Padre ha sido malinterpretado? Es sorprendente observar a comentadores impasibles tratando de explicar las entrevistas del Papa, impostando sus voces: “Los medios sacan al Papa de contexto” o “sólo quiere una Iglesia más pastoral”. Pero tenemos que hacer una pregunta difícil: ¿Por qué los defensores de los derechos de los gays y los promotores del aborto alaban al Papa Francisco por sus palabras, mientras que muchos fieles católicos quedan perplejos y aprensivos?
Comentadores católicos conservadores han hecho lo imposible por asegurarnos de que el Santo Padre no ha contradicho la enseñanza de la Iglesia o cambiado Su doctrina. Hasta ahí esto es cierto. Cuando los Papas dan entrevistas típicamente no dicen “nada nuevo” —nos referimos a que no están definiendo ninguna doctrina católica en materia de Fe y moral. Las entrevistas, sin embargo, pueden producir un montón de problemas (recordemos el famoso comentario del Papa Benedicto XVI sobre los condones; ver la nota de la New Oxford con el título “Condón-manía, el regreso”, enero-febrero de 2011), especialmente cuando la Iglesia no está preparada para los efectos colaterales. Esta vez, aunque las agencias de noticias seculares recibieron copias del texto por anticipado con prohibición de publicarlas antes, ni los obispos ni sus voceros lo hicieron.
El arzobispo Charles Chaput de Filadelfia, por ejemplo, dijo que fue una “bendición” estar “fuera de los Estados Unidos el 19 de septiembre cuando las revistas jesuitas de todo el mundo publicaron las afirmaciones del Papa”. A su regreso se encontró con una catarata de correos electrónicos. “Algunas personas se agarraban de la entrevista como si se tratara de un plan de vida… o una reivindicación”, escribió en el Catholic Philadelphia del 25 de septiembre. “Una persona alababa al Espíritu Santo por remarcar que ‘la Iglesia debe enfocarse más en la compasión y la misericordia, y no en las reglas de mentes estrechas’. Ella agregaba que ‘al final nos hemos liberado de las cadenas de odio que han gobernado la Iglesia Católica por tantos años y que me llevaron a dudar si criar a mis hijos en la Iglesia’.” Pero la mayoría de los correos que recibió el arzobispo fueron de catequistas, sacerdotes y laicos que se sentían confundidos o desilusionados por la entrevista: “Un sacerdote decía que el Papa ‘implícitamente había acusado a sus hermanos sacerdotes más serios en cuestiones de moral de ser gente de mente estrecha’, y que ‘[si eres un sacerdote] que se toma en serio la moral, ahora serás visto públicamente como un problema’. Otro sacerdote escribió que ‘el problema es que [el Santo Padre] hace felices a toda la gente equivocada, gente que nunca creerá en el Evangelio y que seguirá persiguiendo a la Iglesia’.”
Consideremos que la Liga Nacional de Acción sobre Derecho al Aborto (NARAL por sus siglas en inglés) dio un salto de alegría y posteó en su muro de Facebook un “Gracias” a Francisco en nombre de “las mujeres pro-elección de todo el mundo”, mientras que la Campaña de Derechos Humanos, un grupo de presión de “lesbianas, gays, bisexuales y transexuales”, tuiteó una imagen que las palabras, “Querido Papa Francisco, gracias.- Gente LGBT de todo el mundo”.
El arzobispo Chaput cree que la mayoría de estas preocupaciones se deben al resultado de los titulares de los medios enfocados en estos temas (“El Papa: La Iglesia demasiado enfocada en los gays y el aborto: ‘Tenemos que encontrar un balance en vez de obsesionarnos con estos asuntos’,USA Today; “El Papa contra ‘las reglas de mente estrecha’”, Chicago Tribune), y probablemente esté en lo cierto. Pero una lectura cuidadosa de le entrevista hace muy poco por aliviar las preocupaciones. De hecho, tomadas en contexto, las palabras del Papa crean mayor confusión y generan preocupaciones adicionales.
Lo que los expertos católicos conservadores han estado diciendo es cierto: el Papa no ha cambiado la enseñanza de la Iglesia. Pero mientras que Francisco no niega la verdad o la Fe, implícitamente pone algo de ella en cuestión, no sólo por su llamado a reordenar prioridades, sino también por su lenguaje incierto e inexacto. Uno tiene la esperanza de que este uso de la ambigüedad no sea a propósito, pero aunque no nos guste la mayor parte de su ya famosa entrevista es ambigua.
Con frecuencia los poetas se apoyan en la ambigüedad para tocar una multiplicidad de significados y connotaciones, para adicionar una riqueza que suele faltar en la prosa y la comunicación práctica de todos los días. Pero para los científicos, los teólogos y los Papas, la ambigüedad es obstructiva, una fuente potencial de confusión. Tomemos por ejemplo la respuesta de Francisco a la pregunta ¿qué significa “sentir con la iglesia”? (nota del editor: en la entrevista original, la iglesia universal aparece escrita como “iglesia” sin “I” mayúscula). El Santo Padre primero afirma que no significa “sentir con su parte jerárquica”. Explica que “el conjunto de fieles es infalible cuando cree, y manifiesta esta infalibilidad suya al creer, mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo que camina” (“todos los fieles, considerados como un todo, son infalibles en materia de Fe, y el pueblo despliega esta infallibilitas in credendo decía el original). Dado que el concepto de infalibilidad en el contexto católico casi siempre se refiere al Papado, ¿sorprendente acaso que la mayoría de los lectores interpreten esto en el sentido de que los deseos de la mayoría de los católicos de a pié en “materia de Fe” gocen de un cierto nivel de infalibilidad? ¿El contenido de la Fe será ahora determinado democráticamente? Esto sería música para los oídos de los católicos progresistas. Pero esperemos un minuto, Francisco insiste en que él no está hablando de “una forma de populismo”. Si no está hablando de una forma de populismo, ¿de qué habla? La respuesta del Papa es ambigua, sus términos definidos en forma insuficiente. Y esto es irónico cuando dice que formula su respuesta “para evitar ser malentendido”.
Las afirmaciones más ambiguas —y más controversiales— de la entrevista vienen como respuesta de la pregunta del P. Spadaro, “¿con qué tipo de iglesia sueña?” El Santo Padre responde extensamente, comparando la Iglesia a un “hospital de campaña tras una batalla” cuya primera función es sanar a los heridos. “¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto.” ¡Qué metáfora! El problema es que este vago lenguaje del Papa invita a los intérpretes a llenar las palabras con su propio significado. Deseamos pensar que la “batalla” representa el combate espiritual y que los “heridos” son aquellos capturados por las garras del mal. Pero también los heridos pueden representar a aquéllos que se sienten marginados de la Iglesia, aquéllos que ponen en duda la misma naturaleza de lo que la batalla representa. En cualquier caso, parece claro —creemos— que aquéllos que insisten en hablar con los heridos de guerra acerca de sus niveles de colesterol son los ministros, los sacerdotes, los evangelistas y los apologistas de la propia Iglesia.
Seamos honestos: Francisco no es un poeta. Su ambigüedad no aporta ninguna riqueza. Sino que genera confusión, especialmente cuando continúa diciendo: “la iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos”. Esta frase, “pequeños preceptos”, incursiona en terreno peligroso; no definecuáles preceptos son pequeños. Tal vez quiera referirse a la enseñanza de la Iglesia en materias de moral sexual. ¿Quién sabe? El problema es que prosigue en el mismo sentido diciendo que “no podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos”. ¿Podemos echarle la culpa al New York Times y al Huffington Post por sus titulares provocativos cuando los dichos del Papa dan crédito a quienes piensan que estos “pequeños preceptos” son las enseñanzas de la Iglesia sobre el aborto, el matrimonio del mismo sexo y la anticoncepción? Pareciera deshonesto acusar a los medios por la mala interpretación de las palabras del Papa, ¿o era, en verdad, el de los medios su verdadero sentido?
La mayoría de los católicos que han estado prestando atención las últimas cuatro décadas sabrán bien que, en realidad, demasiado poco se ha expuesto la enseñanza de la Iglesia en materia de moral sexual. El mensaje de la Humanae Vitae de Pablo VI y la Evangelium Vitae de Juan Pablo II rara vez han llegado al católico de a pié. Tal vez Francisco sugiere que la emisión de este mensaje desde Roma no ha sido efectiva y que se necesita un nuevo enfoque. Pero esta interpretación no es más que una especulación. Decir que la Iglesia no puede “seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto…” no ayuda —ni a los católicos provida que trabajan en centro de embarazadas en crisis o que dan su consejo en las veredas de las clínicas abortistas, ni a las mujeres que sufren tras haber abortado, ni a los lobbies como NARAL que sienten una falsa confirmación de sus esfuerzos por expandir el aborto por todo el mundo.
¿Realmente el Santo Padre cree que la Iglesia de hoy se enfoca sólo en asuntos como el aborto y la moral sexual? Si es así, entonces se traga la vieja mentira que los católicos heterodoxos favorables a una moral sexual más relajada han estado dando de comer a los medios. La única razón por la que alguien puede creer que la Iglesia está “obsesionada” con el aborto y los asuntos de moral sexual es porque los medios se enfocan en estos temas. Sexo + Iglesia vende. Seguramente el Santo Padre debe saber de los innumerables católicos que trabajan en obras caritativas, en proximidad con los pobres y, además, no como los fariseos que él pretende ver en ellos, sino como servidores desinteresados que “curan heridas” en la línea del frente.
Además de los fieles “obsesivos”, Francisco tiene más pescado para freír: Esta vez específicamente apunta a los sacerdotes. El Santo Padre señala que el “confesionario no es una sala de tortura, sino aquel lugar de misericordia en el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos”. No ofrece ningún contexto para este comentario. ¿No sabemos si se está dirigiendo a católicos no practicantes para alentarlos a no tener miedo al sacramento de la Reconciliación, o si, por el contrario, está exponiendo a los viejos sacerdotes malvados —¿o a los jóvenes salidos de los seminarios inspirados por Benedicto?—quienes supuestamente ven su sacerdocio como una licencia para recrear la Inquisición? Bueno, no podemos saberlo. Nuevamente las palabras son el problema. Nos comenzamos a preguntar si realmente cree que muchos sacerdotes católicos del siglo XXI se enfocan en “pequeños preceptos”. Las palabras del Papa permiten esta simple inferencia: No os preocupéis en pecados específicos como el aborto o el comportamiento homosexual; sólo enfocados en “hacer el bien”.
Pero, un momento que hay más. El Santo Padre también ve un problema con la “pastoral misionera” de la Iglesia y éste empieza con sacerdotes que están obsesionados “por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente”. De nuevo, sólo podemos presuponer que las doctrinas a las que se refiere son las relacionadas a la moral sexual debido a que son las únicas sobre las que ha hablado especialmente. Pero uno se pregunta, ¿dónde es que están estos sacerdotes que son taninsistentes? Respondiendo a la entrevista, el obispo Rober Vasa de Santa Rosa (California) dio su voz a la experiencia de la mayoría cuando dijo que la “vasta mayoría” de los sacerdotes “jamás habla [de estos temas]” (The Press Democrat, 21 de septiembre). El cardenal Raymond Burke, superior de la Signatura Apostólica Vaticana (pero, tal vez, no por mucho tiempo), se hizo eco del sentimiento del obispo Vasa cuando dijo a The Catholic Servant (septiembre) que la Iglesia no ha hablado lo suficiente de temas controversiales como la homosexualidad. Expresó que ha existido “una catequesis deficiente tanto de los niños como de los jóvenes durante los últimos cincuenta años… Ha habido demasiado silencio —la gente no quiere hablar de ello porque no es políticamente correcto.”
Claramente Francisco tiene una concepción diferente sobre lo que ha estado ocurriendo en la Iglesia. Tiene un problema con la predicación católica —hace campaña contra ella— pero no es el mismo problema que el obispo Vasa, el cardenal Burke y la mayoría de los católicos de misa habitual han notado en las últimas décadas. Mientras que los católicos de los Estados Unidos continúan lamentándose por las homilías tibias y turbias caracterizadas por la falta de catequesis y de predicación sobre temas morales, el Papa Francisco toma su hacha contra los miles de Savonarolas invisibles que dedican sus domingos en condenar el vicio y despotricar contra la vida inmoral, vanidosa y plácida. Estos sacerdotes celosos y atronadores están completamente equivocados, dice el Santo Padre: los sacerdotes desde el púlpito deberían primero proclamar el “amor salvífico de Dios” (primer acto), luego “una catequesis” (segundo acto) y finalmente delinear la “consecuencia moral” (tercer acto). En la parroquia típica, sin embargo, los sacerdotes jamás pasan del primer acto: después de decir alguna broma, relatar alguna anécdota inicua y alabar al equipo local de fútbol (para demostrar su “cercanía y proximidad… con los fieles”), se sumerge en las profundas aguas de los clichés del “Dios te ama” que frecuentemente se interpreta como “haz lo que quieras porque las reglas morales de mentes estrechas poco le importan a Dios”. Obviamente, existen sacerdotes que son excepciones bienvenidas a la norma, pero la mayoría de éstos tienden más o menos a seguir la formulación homilética en tres actos del Papa más que a predicar fuego y muerte antes de regresar a sus cámaras de tortura confesionales.
Y luego está el asunto de la homosexualidad y el matrimonio del mismo sexo. El Santo Padre utiliza el mismo nivel de ambigüedad, sumergiéndonos en aguas pantanosas de la moral. “Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla”, explica en la entrevista. “Al decir esto he dicho lo que dice el Catecismo… no es posible una injerencia espiritual en la vida personal.” Como si sus comentarios iniciales en el vuelo desde Río de Janeiro no hubiese provocado suficiente confusión, el Papa trata de explicarse apelando a la autoridad del Catecismo. Bueno, el Papa pudo querer decir lo que el Catecismo dice, pero ni se acerca adecir lo que el Catecismo enseña (confrontar los números 2357-2359 si de verdad uno quiere saber lo que el Catecismo sí dice sobre este tópico). Muchos interpretarán las palabras del Papa no como una reiteración del Catecismo sino como un visto bueno implícito al estilo de vida homosexual. Francisco no se refiere específicamente al hombre que lucha internamente con la atracción por el mismo sexo. Habla de la “persona gay” y de la “persona homosexual”, dejando que el lector interprete libremente el significado de esto. Más aún, ¿qué quiere decir el Papa cuando dijo “no es posible una injerencia espiritual en la vida personal”? ¿Predicar la verdad en la caridad cuenta como “interferencia”? ¿Es “interferencia” oponerse a las leyes que promueven maldades intrínsecas?
Refiriéndose al asunto de la homosexualidad, que el Papa exhorta a los fieles a pasar menos tiempo haciendo, continúa:
 “Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna.”
Entonces, aunque el cardenal Bergoglio estuviese intentando ser inteligentemente socrático, tal vez incluso intentar reiterar la enseñanza del Catecismo, su respuesta arriesga dejar a quien pregunta con el sentimiento de que, sí, tal vez este tipo sí aprueba la “homosexualidad” —sea lo que sea que significa con ello. De nuevo, no lo sabemos porque no lo dice. Pero sí sabemos que no utiliza cuidadosamente la terminología precisa del Catecismo, que claramente define la homosexualidad como “relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo” (n. 2357). Es importante notar aquí que el Papa Francisco no aprueba el sexo homosexual ni el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero juzgando por la elección de sus palabras en la entrevista, el lector no puede saberlo. Nuevamente aquí, sus palabras son el problema, no su interpretación.
En una cuestión el Santo Padre es claro, y es éste sin duda el punto principal de la entrevista: No ganamos demasiados conversos al hacer sobresalir las reglas de la Iglesia por sobre la misericordia de Jesús. Éste es el aspecto fundamental de la Fe. Pero una vez que el corazón se convierte, el cuerpo, digamos, también debe seguir. Y es aquí donde la enseñanza de la Iglesia acerca de la moral sexual entra en el juego. De lo contrario, todo lo que podemos ofrecer a un converso es, a la manera protestante, una oportunidad de hacer una profesión de fe por única vez y luego seguir con sus vidas mundanas. Una vida católica, por el contrario, ofrece mucho más, si uno está dispuesto a meterse en los detalles —detalles que el Papa deja al margen como si no importaran.
Juzgando por esta entrevista y otros indicios, el Papa está tratando de que la Iglesia hable menos para sí misma y más para los de afuera. Quiere “dialogar” con el mundo, convertir el mundo. La audiencia a la que se dirige, parece, no es su rebaño sino que son los acatólicos. El objetivo es admirable pero el método es imprudente. No es suficiente decir, como dice el Papa, “ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia”. La “opinión de la Iglesia” está clara para aquéllos que la conocen y aceptan, que es una minoría de los creyentes de hoy. Los católicos bautizados ya no tienen una única opinión sobre estas cosas. En vez de producir la unidad en materia de Fe y moral, el Papa está dejando a los católicos a su suerte, confundidos acerca de lo que significa vivir una vida consistente con las exigencias del Evangelio. La gente necesita distinciones; necesita que el Papa una misericordia y verdad. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI hicieron esto bastante bien.
Entonces, ¿se ha malinterpretado al Papa Francisco? Para poder responder esta pregunta, deberíamos poder hacer una fundamental: ¿Qué está diciendo el Papa? La respuesta es: No lo sabemos. Peor aún, llegados a este punto: No podemos saberlo. Pero es significante que el Papa Francisco esté diciendo un montón de cosas ambiguas con gran emotividad. Este Papa evidentemente no ve su rol como ser claro, enseñar la verdad de una manera que pueda ser entendida por la simple lectura de su mensaje. La ironía es que utiliza muchas palabras para decir muy poco. Porque sus palabras son consistentemente oscuras, son por este hecho retórica vacía. El Papa parece pensar que debe ser más un retórico que un maestro. ¡Qué triste! Uno podría decir que un maestro necesita emplear la retórica, pero sólo al servicio de la verdad. Cuando la misma verdad se oscurece, entonces el maestro no está haciendo demasiado bien su trabajo. Si un maestro oscurece la verdad a propósito, está abandonando sus obligaciones.
Las palabras de Francisco nos indican que él no es un Benedicto XVI ni un Juan Pablo II. Con frecuencia han existido Papas que cambiaron de dirección o de énfasis respecto a sus predecesores: León XIII no promulgó ningún “sílabo de errores”, al contrario de Pío IX antes que él o Pío X después, y en general fue más “abierto” al mundo de manera positiva. Pero no hubo afirmaciones moral o doctrinalmente ambiguas saliendo de la boca de León XIII. No “corrigió” implícitamente el ejemplo y la enseñanza de los santos Papas de los que fue sucesor. Enfatizó verdades distintas que un predecesor inmediato —pero, como él, enseñó la verdad con claridad.
El Papa Francisco debería cuidar más de cerca este “cambio de énfasis”. Arriesga convertirse en el sacerdote de parroquia que usa clichés vacuos y grandes gestos como un intento de ganarse a sus parroquianos disgustados, inmorales y heréticos. La historia reciente de la Iglesia posterior al Vaticano II demuestra que esta estrategia nunca funciona. Una y otra vez hemos sido testigos de que las iglesias no se llenan cuando la doctrina es disuelta; eventualmente las iglesias se vacían, tal vez son abandonadas por completo. Si el Papa Francisco no percibe esto, entonces serán muchos los sufrimientos que la Iglesia deberá soportar. Pero si él no lo sabe, y persiste sin embargo en esta ambigüedad, las penas serán mucho mayores.