domingo, 25 de agosto de 2013

Royo Marín: ¿Se salvan todos?


Ofrecemos hoy unos fragmentos de un libro de Royo Marín que tiene el mismo título que nuestra entrada. El libro completo puede consultarse aquí. Esperamos contribuya a contrastar algunas opiniones
Hace ya bastante tiempo que voces amigas me vienen pidiendo, con cariñosa insistencia, que escriba un comentario teológico al gran dogma, divinamente revelado, de la voluntad salvífica universal de Dios. San Pablo, en efecto, inspirado por el Espíritu Santo, dice expresamente en su primera epístola a Timoteo: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4).
En realidad, ya abordé ampliamente este gran dogma en un largo capítulo de mi «Teología de la salvacióm»1 que llevaba por título la pregunta que le hicieron a Cristo nuestro Señor: ¿Son pocos los que se salvan? (Lc 13,23). Al estudiar teológica y exegéticamente la respuesta de Jesucristo quedó muy claro que Cristo no quiso contestar directamente a la pregunta, limitándose prudentísimamente a recomendar la entrada por la «puerta estrecha» y andar por el «camino angosto», que es el que lleva con seguridad a la vida eterna (cf. Mt 7,13-14).
El hecho de que Cristo no quiso contestar afirmativa o negativamente a la interesantísima pregunta ha sido interpretado de muy diversa forma por los exegetas y teólogos católicos. Unos dicen que evitó la afirmativa para no lanzarnos a la desesperación, y otros creen que evitó la negativa para que no incurriéramos en la presunción. Las dos cosas son perfectamente posibles.
Pero, prescindiendo de antemano de cualquiera de las dos interpretaciones, y examinando cuidadosamente la cuestión a la luz de innumerables textos de la Sagrada Escritura, del magisterio de la Iglesia y de los exégetas y teólogos católicos, llegábamos a la conclusión francamente optimista y esperanzadora sobre el gran número de los que se salvan, muy superior al número de los que se condenan. Parece indudable que esta opinión optimista es más conforme a los datos revelados en su conjunto, al espíritu del Evangelio y a la esencia misma del cristianismo, que es, ante todo, la religión del amor y de la misericordia.
Mi resistencia a abordar de nuevo esta materia se debía, principalmente, a la dificultad de añadir algo sustancial a lo que entonces escribí. No obstante, accediendo a las insistentes y cariñosas instancias ajenas, me he decidido por fin a ampliar un poco más aquellas ideas fundamentales, aportando los datos interesantísimos de los autores que mejor han estudiado esta cuestión.
Mi única finalidad al redactar estas páginas ha sido la de prestar un buen servicio —así lo creo sinceramente— a muchas almas buenas que viven atormentadas por el problema de su salvación eterna, que algunos les presentan tan difícil. Y creo pueden prestar también un gran servicio a muchos incrédulos y ateos, una de cuyas más socorridas objeciones contra la religión, y la que más les escandaliza y aparta de Dios, es su falsa creencia de que, según la religión católica, la mayor parte de las almas caen en el infierno como copos de nieve o como las hojas amarillentas de los árboles otoñales azotados por furioso vendaval.
No se me oculta, sin embargo, que la opinión optimista sobre el gran número de los que se salvan les parece a muchos imprudente y peligrosa, ya que puede prestarse a perderle el miedo al pecado o, al menos, a no preocuparse demasiado de él.
Sin desconocer la posibilidad real de este peligro, creo que las ventajas de esta doctrina superan con mucho sus posibles inconvenientes. Es un hecho perfectamente comprobado por la experiencia diaria que, cuando se exageran las dificultades para alcanzar una meta anhelada la mayor parte de los candidatos se desaniman y abandonan la lucha para alcanzarla.
Cuando en unas oposiciones para obtener algún cargo se anuncian cinco plazas para los dos mil aspirantes a ellas, está bien claro que nadie se hace ilusiones: es inútil esforzarse, todo se deberá al favoritismo o al azar. Pero si, sin precisar exactamente el número de plazas disponibles, se anuncia que existen en número suficiente para que la mayor parte puedan conseguir una, entonces se animan y estimulan todos a trabajar con entusiasmo para alcanzarla. Es preciso ponerse por completo de espaldas a la psicología de las masas para no darse cuenta de este fenómeno. Si ponemos el cielo a una altura poco menos que inaccesible para el común de los mortales, la inmensa mayoría de los hombres renunciarán a esa lotería tan difícil y se entregarán al pecado exclamando insensatamente: «De ir al infierno, en coche»2.
Si a esto añadimos que la doctrina generosa y optimista, bien fundamentada, levantará el ánimo de ciertas almas sinceramente cristianas que tiemblan de espanto ante la posibilidad de condenarse para siempre, y que hará callar y acaso pensar seriamente a los que se resisten a aceptar el dogma del infierno por creer, equivocadamente, que casi todos van a él, parece que el escrúpulo de su peligrosidad no tiene la suficiente fuerza para renunciar a estas ventajas.
Con razón escribe a este propósito el famoso convertido P. Faber, partidario decidido del gran número de los que se salvan:
«Si yo pudiera persuadirme de que esta discusión no tiene ningún objeto práctico, ni ningún alcance para la vida cristiana, o que pudiera de alguna manera conducir a estimar en menos las reglas de la perfección, evitaría con cuidado el abordarla. Pero la fe, aun entre las gentes de bien, se resiente de tal modo de la incredulidad curiosa y critica de nuestros días, que no es posible callar sobre ciertas cuestiones que se han suscitado en sus ánimos, y que, para restablecer en, ellos un sentimiento más justo del carácter paternal de Dios, es necesario presentarles consideraciones muy claras sobre lo que conocemos de El. Eso es un medio de disipar las dudas mal definidas, las reflexiones inquietas que les impiden entregarse a Dios con abandono, y que, aun cuando tengan un lado verdadero, llegan a ser falsas a fuerza de ser exclusivas»3.
Creo que tiene razón el famoso escritor inglés.
¿Que, a pesar de todo esto, habrá quien abuse de la doctrina optimista para perder el miedo al pecado? Bien insensato será quien saque esta consecuencia. Aun suponiendo que fueran poquísimos los que se condenan —cosa que está muy lejos de nuestras conclusiones—, estaría del todo claro que uno de esos poquísimos seria ese insensato pecador que tratase de burlarse de Dios robándole el cielo después de haber pisoteado repetidamente y sin escrúpulo alguno todos sus mandamientos. San Pablo nos advierte claramente que «de Dios nadie se ríe, y lo que el hombre sembrare, eso recogerá» (Gál 6,7). Si alguno abusa de esta doctrina, él pagará las consecuencias. Pero de suyo no es doctrina esta que conduzca al pecado o dé facilidades para él, sino al contrario, lleva lógicamente a una mayor delicadeza de conciencia y a un amor a Dios más íntimo y profundo, aunque sólo fuera por aquello de que «nobleza obliga» y «amor con amor se paga».
Quiera Dios nuestro Señor, por intercesión de la Virgen María, bendecir estas páginas que hemos escrito pensando únicamente en su mayor gloria y en la salvación de las almas redimidas con la Sangre preciosa del divino Salvador crucificado.
NUESTRO PLAN
El camino que vamos a recorrer en nuestro estudio abarca tres partes muy diferentes, pero íntimamente relacionadas entre sí:
En la primera examinaremos el pasaje evangélico en el que se le pregunta al mismo Cristo: «¿Son pocos los que se salvan?», para precisar el verdadero sentido y alcance de su divina respuesta.
En la segunda expondremos ampliamente las razones positivas que inclinan la balanza en el sentido de que son más —acaso muchísimos más— los que se salvan que los que se condenan.
En la tercera, finalmente, examinaremos los principales argumentos de la opinión rigorista, que presentaremos en forma de objeciones, a las que procuraremos dar la debida solución, que confirmará la solidez de la opinión optimista.
Una sintética conclusión cerrará nuestro estudio.
(…)
CONCLUSION
Hemos llegado al final de nuestro estudio en torno al número de los que se salvan. Del examen imparcial y sereno de las razones positivas en favor de la tesis optimista, y de la refutación de las principales objeciones en contrario, nos parece que la teoría del optimismo moderado que hemos querido defender aparece con meridiana claridad como la más probable y la más conforme con el espíritu del cristianismo, que es ante todo la religión del amor y de la misericordia. En confirmación de la misma, y como argumentos impresionantes por su suprema autoridad, queremos recoger aquí dos sublimes versículos del Nuevo Testamento, el primero brotado de los labios mismos del divino Redentor, y el segundo de su discípulo predilecto, el apóstol y evangelista San Juan:
«Y vendrán del oriente y del occidente, del septentrión y del mediodía, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios» (Lc 13,29).
«Y ví una gran muchedumbre que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua que estaban delante del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos» (Ap 7,9).

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1 Cf. Teología de la Salvación, ed. BAq, pp.117-57.
2 Decimos «insensatamente» porque no es lo mismo condenarse por un solo pecado que por mil. En el infierno, como en el cielo, hay muchos grados y, por lo mismo, siempre representaría una insensatez y una locura tratar de ir a él «en coche», o sea, entregándose con desenfreno a toda clase de pecados.
3 P. FABER, El Creador y la criatura, l.3 c.2


15 comentarios:

Anónimo dijo...

PRIMER DÍA novena dictada a Santa Faustina

Hoy tráeme a todo el género humano, especialmente a los pecadores y sumérgelos en el océano de Mi misericordia. De esta forma me consolarás de la honda pesadumbre en que me sume la pérdida de las almas.

Miles Dei dijo...

El puritanismo de corte protestante es único para unificar por un lado el error por el que uno deja de temer por la propia salvación, y por otro el error por el que uno considera que serán pocos los salvados.

La afirmación católica es la contraria a estos dos errores, que queda meridianamente expresada en la exposición de Royo Marín. No obstante hay que señalar que distintos autores católicos mantuvieron otras interpretaciones a lo largo de los siglos, pero quizás no tenían todo el desarrollo dogmático necesario para llegar a las conclusiones de Royo Marín, por ejemplo, la teología de la gracia.

Miles Dei dijo...

Dos cosas más:

-Os siguen bloqueando en el enlace a Infocatolica. Sale el mensaje de spam para el artículo de Luis Fernando.

-Luis Fernando confunde términos. El decir que muchos se salvan no es buenismo pelagiano, todo lo contrario. Es quietismo. Del ambiente pelagiano es precisamente de donde sale la afirmación que pocos se salvarán. Conjuguen ese ambiente pelagiano con cierta gnosis de aquellos que se ven a sí mismo como "elegidos primaverales" y tendrán el cóctel idóneo para negar la salvación a los demás mientras se deja de temer por la propia.

sofronio dijo...

La conclusión de esta desordenada amalgama de silogismos de R. Marín es sólo probable; de ninguna manera goza de evidencia alguna, porque incumple las más elementales reglas de la ciencia logica; el grado de probabilidad es, por tanto, semejante al resto de hipótesis diferentes razonables.

Sus juicios sobre los frutos de la predicación de una puerta angosta, carecen de la completa percepción del ente histórico, primer acto del entendimiento, sin cuya perfección el juicio falla; porque también hubo muchos santos, que están en la mente de todos, que predicando la estrechez de la puerta, lograron muchas conversiones de los pecadores. Realmente pocos habrá en la memoria de los lectores, que cosecharan muchas conversiones con la tesis de Royo Marín Sean honestos ¿A que tienen que hacer un esfuerzo para nombrar a uno solo?

He leído varias obras de R. Marín; y en concreto sobre la teología de la Salvación, se puede decir con certeza que hay una evolución en las distintas ediciones; en general; las últimas están influidas por el Concilio; él mismo reconoce esa cambio de espíritu apenas se presentaron los esquemas del Vaticano II; cambio en especial a la luz de Lumen Gentium.

Realmente,como casi todos los grandes de este siglo, y él lo fue, abandonaron de facto, aunque no oficialmente, el tomismo; no fue el único, también lo hizo mucho antes Maritain, entre otros de quien, si la memoria no me falla, habla con elogio. 'Aquinates' hay muy pocos; y en la teología como en el ámbito militar, muchos hay que 'viven de medallas', como Iraburu, quien sólo llegó a suboficial; tal vez sargento.

Sobre esta tesis probable, sólo se puede decir que es una opinión más, peor argumentada que otras muchas suyas, y que la de algunos de los que piensan otra opinión distinta.

Nada saben con certeza, ni siquiera moral, ni unos ni otros. Pero la idea de que son muchos los que se salvan está más de acuerdo con la esperanza vana de esta generación apóstata, y por tanto es mucho mejor acogida.

Personalmente yo no sé quien tiene razón. Lo que sí pienso, es que la analogía que trae para convencernos (la oposiciones y otras) hieren el entendimiento sencillo; y no digamos de la exégesis bíblica usada; porque 'de una muchedumbre que no se puede contar' no se deduce ni se induce un cincuenta por ciento más uno. Los argumentos bíblicos en contra de su tesis son abrumadores, aunque concluyentes para determinar una opinión contraria a la suya. Véase quienes se salvaron en el Diluvio, Sodoma, cuan pocos entraron en la Tierra Prometida. Marín diría, si no conociera el resultado por las Escrituras, que "la mayoría entraron en el Arca, y en la Tierra Prometida, etc., porque ¿Cómo podía perecer la mayoría,si Dios era Omnipotente y Fiel en su Promesa, pues eso sería una 'especie' de fracaso?" ¡Ya son ganas de perder los principios más elementales de la lógica!¡A la vejez viruelas! No se asusten, cualquier buen escribano echa un borrón, incluso R. Marín. Quienes 'afectuosamente' le pidieron que escribiera sobre el sexo de los ángeles, tal vez eran de espíritu ocioso, porque más les valiera haber leído a Santo Tomás, no sobre el sexo sino sobre el entendimiento intuitivo de los seres puros espirituales, pero responderles con estos raciocinios en vez de con el Evangelio, no fue lo mejor que nos legó.

¡qué costumbre tan española ésta de hacer mitos a los que casi nadie ha leído y muchísimo menos estudiado!

sofronio dijo...

...continuación del anterior

¡Demasiadas vacas sagradas!Por cierto, nada dijeron de la falsa moneda que se acuñaba en 1962-1965, de curso legal en el postconcilio ¿Como fue que o lo vieron ellos, pero sí los seglares: Michael david, Saravia, Romano Amerio? ¿ Estaban ciegos? Si lo estaban ¿ cómo se atrevían a guiar a otros cigos? Si los sabios hubieran levantado la voz, para eso fueron llamados, tal vez no hubiéramos llegado a este engendro bergogliano,pasando por el impresentable juanpablismo, etc.: tiempo tuvo (1913-2005)

Con esto no cuestiono otras partes de su obra; pues artistas con excelentes cuadros hay, que de cuando en cuando, exhiben una mamarrachada. La vaca, que jamás sagrada, por lo que vale.

Eagleheart dijo...

Ese libro es una maravilla. Destaco que en mi caso personal me movió a pedir más por todos los hombres.

De igual manera puede mover a muchas almas a crecer en su vida interior.

Ganas no me faltaron de compartirle algunas líneas a Luis Fernando, pero ha cerrado los comentarios de momento.

Si lee o alguien le dice que acá se ha comentado sobre el tema, le recomiendo encarecidamente consiga el libro.

Salu2. Paz y Bien.

Anónimo dijo...

Asi lo sospecho han hecho "evolucionar" las distintas ediciones de ciertos libros ortodoxos ... hasta el Denzinger han cambiado.

Anónimo dijo...

¿no tenían todo el desarrollo dogmático Miles? claro pobrecitos ellos solo tenían la inspiración del Espíritu Santo que es taaaannnn poca cosa ¿no Miles?; por favor, se ve que en ese tema les cuesta entender esa realidad sobrenatural.

Anónimo dijo...

Pero la gnosis de los elegidos primaverales y el ambiente pelagiano es harina de otro costal, muy diferente a la de un San Francisco Javier que hablaba de la inmensa cantidad que iba al infierno.

Anónimo dijo...

Según leí Jesucristo le fue a predicar a esas almas que habían perecido en el diluvio cuando descendió a los infiernos.
De los cuatro que pudieron huir de Sodoma una se transformó en estatua de sal por añorar la ciudad del pecado, Lot había querido entregar a sus hijas para que los prevertidos hicieran lo que quisieran con ellas y las hijas luego se mandaron una peor por razonar mal lo de la ley de la descendencia. Un desastre total.

J. dijo...

Llama la atención que Faber, tan kukú en otras cosas, en este tema opiina bien

Anónimo dijo...

PEDRO HISPANO dice: Sería interesante -y triste- ver la relación de quienes antes del Concilio fueron defensores a ultranza de la Tradición y a partir de él claudicaron.

Anónimo dijo...

PEDRO HISPANO: Aparte lo demás ¿cuál es el verdaderp problema hoy respecto al tema de los Novísimos? La mentalidad generalizada entre los católicos de que la Salvación eterna es automática. La única condición necesaria y suficiente para salvarse es morirse. Y todo esto, empezando por Congar, se justifica apelando a la Misericordia divina. Pero: "No se habla de una misericordia que va más allá de la justicia y la perfecciona, sino de una misericordia injusta, indiferente al bien y al mal de sus criaturas. Corresponde a la hegeliana visión positiva de los contradictorios a que nos referimos más arriba, es indispensable para poder hablar de fraternidad universal entre los hombres y, sobre todo, desliga la acción de sus compromisos con la verdad. Ahora el ladrón puede pedir perdón quedándose con lo robado, y el Papa recibe de corazón en el Vaticano a los perseguidores de la Iglesia".
A. Calderón, Prometeo la religión del hombre, Moreno 2010, pag. 298.
Por eso el problema tal como lo enfoca R. Marín está en gran medida desfasado

Anónimo dijo...

Hay una cuestión que debe presidir esta cuestión, ante toda otra consideración, y que la recordaba Castellani: "El plan de Dios no puede fracasar".
Y la condenación de la mayor parte de la humanidad de todos los tiempos, es un fracaso. Dios no puede haber creado la humanidad, autorizar la Encarnación del Hijo, Su muerte de cruz y la institución de la Iglesia, si la mayor parte se condena. Es un esfuerzo algo desproporcionado por un resultado más bien escaso, o bien, la afirmación de un dios indiferente a la suerte de su creación, ajeno por completo a la noción de Dios providente, amoroso y paternal que, de ninguna forma, entregará la obra de sus manos, o una parte importante de ella, a Satanás.

Anónimo dijo...

PEDRO HISPANO a ANONIMO: No rechazo en absoluto sus argumentos sólo insisto en que HOY el católico medio ni se plantea el problema de cuántos son los que se salvan, si muchos o pocos. Para él se salvan TODOS lo mismo si se trata de Gengis Kan que el P.Damián de Molokai, Jack el destripador o Vicente de Paul.
Esto no tiene nada que ver con el Evangelio -"la puerta del Reino de los Cielos es estrecha y son pocos lo que entran por ella"- y, además, prolonga en la eternidad el escándalo del tan repetido triunfo de los malvados en el tiempo. Y en la historia de la humanidad los hay muy malvados. Por eso el problema actual es más bien insistir y razonar que la Salvación eterna no es automática, que exige una respuesta en la vida a la invitación de Dios.
De otro modo el hombre se pierde por muchos elogios que le dediquen en su funeral.