miércoles, 28 de noviembre de 2012

De Kant al Estado católico

De la ética de Kant se ha dicho que reemplaza la eudaimonía por el concepto de deber. Es una ética caracterizada por la absolutización unilateral del deber. La teoría kantiana de los deberes logró un influjo importante sobre la ética del siglo XIX e incluso sobre parte de la teología católica.
En los últimos meses hemos tenido la oportunidad de leer algunas defensas del magisterio tradicional de la Iglesia sobre las relaciones entre la Iglesia y la comunidad política que bien podrían calificarse de kantianas. Porque la manera unilateral en que algunos formulan la tesis de la confesionalidad católica del Estado lleva a pensar que la conciben como un “tu debes” incondicionado y absoluto, semejante a los imperativos kantianos.
Por el contrario, la doctrina tradicional, lejos de reducir a unidad forzosa y de absolutizar todos los deberes del Estado respecto de la Iglesia, los distingue y jerarquiza dentro de un orden. Ante todo, parte de los grandes principios: distinción, sin separación; colaboración, sin confusión. Principios que, conjugados con la diferenciación entre preceptos negativos y preceptos positivos ha dado lugar a la clásica distinción entre tesis e hipótesis. La tesis serían los principios universales aplicables a las relaciones Iglesia-comunidad política; mientras que la hipótesis sería la aplicación práctica de esos principios a las diferentes situaciones concretas. La tesis es la situación ideal pues en ella la comunidad política cumple todos los deberes que tiene respecto de la Iglesia; mientras que la hipótesis es una situación que está por debajo del ideal, porque la sociedad cumple parte de sus deberes respecto de la Iglesia.
La concreción histórico-jurídica de la tesis es la denominada confesionalidad católica del Estado. La confesionalidad es debida en principio como la realización del mejor bien objetivo que puede darse en el plano de las relaciones Iglesia-Estado. Pero las circunstancias concretas de cada comunidad política afectan a la tesis y muchas veces hacen necesario considerar la hipótesis que no se ajusta plenamente al ideal (es hipo-tesis, es decir que está por debajo de la tesis). Cuando las carencias constitutivas de la hipótesis son tolerables la situación puede considerarse como un bonum secundum quid
El error de Maritain y sus seguidores fue subvertir la relación entre tesis e hipótesis, colocando a la segunda en el lugar de la primera. Así llegaron a postular un Estado aconfesional como ideal cristiano.
Pero como muchas veces sucede, por el exceso polémico contra un error, se puede caer en otros errores de signo contrario. Hacer de la confesionalidad católica del Estado un absoluto moral que obliga semper et pro semper es un error en la formulación de la doctrina. Para no equivocarse por exceso en esta materia, además de diferenciar entre las exigencias de la ley divina y de la ley eclesiástica (v. Tratado de la ley), es preciso distanciarse tanto del “doctrinarismo” (esencialismo imbuido de principios pero indiferente al hic et nunc) como del “oportunismo” (empirismo sin principios y prontamente maquiavélico), para decantarse por lo que Leopoldo E. Palacios llamaba “prudencialismo” (que subordina la política a la moral, pero teniendo en cuenta siempre las oportunidades y lo concreto).   

domingo, 25 de noviembre de 2012

¿Bueno, malo o incorregible?



Parafraseando a un escritor argentino habría que decir que José Miguel Arráiz no es bueno ni malo sino incorregible. No obstante, desde nuestra bitácora tratamos de no ser tan pesimistas como Borges, a pesar de que el bolivariano es un personaje que se caracteriza por una asertividad -se escribe con ese, José Miguel, no con ce- proporcionada a su voluntarismo.
En uno de los comentarios nos ofrece una perla sobre la Pontificia Comisión Bíblica (PCB):
Pinche para ampliar.
A lo que habría que responder:
1º. Un poco de historia: “Entre la constitución de la PCB y el inicio de la primera guerra mundial, el mundo teológico estuvo marcado por la crisis modernista. A los documentos propiamente bíblicos, se añadió el decreto Lamentabili (04.07.1907), sobre los principales errores del reformismo o modernismo, cuyo elenco se extrajo, en gran parte, de las obras del exegeta Alfred Loisy. El 08.09.1907, Pío X publicará la encíclica Pascendi, sobre las doctrinas de los modernistas. En paralelo, durante estos años se pondrá un especial empeño en regular los estudios de Sagrada Escritura y en dejar claro el carácter «vinculante» de las decisiones de la PCB, a las que, en conciencia, hay que someterse del mismo modo que a los decretos de las sagradas Congregaciones referentes a la doctrina aprobados por el Pontífice”
2º. Ratzinger:  “La Pontificia Comisión Bíblica ha considerado un deber, cien años después de Providentissimus Deus y cincuenta años después de Divino afflante Spiritu, procurar definir una posición de exégesis católica en la situación presente. La Pontificia Comisión Bíblica no es, conforme a su nueva estructura después del Concilio Vaticano II, un órgano del Magisterio, sino una comisión de especialistas que, como exegetas creyentes, y conscientes de su responsabilidad científica y eclesial, toman posición frente a problemas esenciales de la interpretación de la Escritura, apoyados por la confianza que en ellos deposita el Magisterio.”
3º. No es cierto que la PCB sea el organismo supremo de la Iglesia en materia bíblica ya que sus dictámenes no tienen valor magisterial. Por el contrario, el organismo supremo en materia bíblica es el Magisterio (pontificio o conciliar), que puede enseñar de manera vinculante, y ha decidido no participar a la comisión de su potestad docente. La PCB no es hoy otra cosa que un órgano consultivo de cuyas opiniones cualquier católico puede disentir legítimamente.
4º. Si es o no confiable, es un juicio que no cabe formular a priori, sino algo que tendrá fundamento en la ortodoxia y calidad científica de los documentos que elabore la comisión. 


P.S.: Nos informa un comentarista que Arráiz ha rectificado . El error que hemos señalado, y justifica nuestra entrada, es revelador de la impericia del venezolano. 

viernes, 23 de noviembre de 2012

Un doctor "odoris causa"


Reproducimos parcialmente una declaración del Instituto de Filosofía Práctica sobre la reciente decisión de la Universidad Católica Argentina de otorgar el doctorado honoris causa al rabino Skorka. 
El segundo doctorado, no recoge, sino que lamentablemente desparrama. Hace tiempo, desde la época del rectorado de Monseñor Zecca, la UCA sufre un triste proceso de descomposición progresiva. Como lo hemos denunciado otras veces, el humo de Satanás parece haberla invadido. Grandes irresponsables prosperan sin escrúpulos, mientras demuelen lo que algún día pretendió ser una Universidad, herencia de los Cursos de Cultura Católica. Y ahora, premia a Skorka, por “su actividad sobresaliente en pro del desarrollo de la cultura”.
El actual rector Víctor Manuel Fernández, no deja inexactitud por decir cada vez que habla o escribe.
Así, organizó una muestra acerca de la “Dignidad de las Villas Miseria”, lugares que no dignifican a nadie sino que constituyen ámbitos de amontonamiento, masificación, promiscuidad, delito, corrupción, drogas. Podría haber leído a Charles Péguy que afirma: “antes de la instauración del mundo moderno, un hombre sin dinero era pobre, y estaba todo dicho; hoy es un ser miserable, es un ser disminuido… La miseria no sólo hace desgraciado al hombre, sino que provoca en él una decadencia; es el único mal incurable porque carece de sentido. La miseria niega la esperanza, niega el amor, niega la inteligencia; niega todos los valores espirituales a un ser rebajado a una categoría inferior a la de la bestia” (Daniel-Rops, “Péguy”, Difusión, Buenos Aires, 1946, ps.115/116.
Este Rector, en su lamentable cortedad natural, parece que nunca podrá entender la diferencia entre la pobreza, que puede dignificar y la miseria que degrada.
Así también, en un penoso artículo, publicado en un matutino, comparó al aborto con la conquista española en la cual afirmó que los españoles mataban a los indios por considerar que no tenían alma.
Y como si fuera tema de su competencia, apoyó la ley acerca de la venta de tierras a extranjeros, al ofrecer el discurso de apertura del Seminario sobre la ley de tierras, organizado por el Ministerio de Agricultura, (Conf. Félix Sanmartino, “El extranjero, un nuevo depredador de nuestra fauna” en La Nación, Buenos Aires, 6/10/2011). Esta ley, si hubiera existido en otra época, hubiera impedido que surgieran en la Argentina los grupos CREA y la empresa modelo Flandria, entre muchas otras realizaciones forjadas por hombres llegados de Europa, que hicieron por la Argentina mucho más que tantos argentinos; así, también por gestión de extranjeros, surgió la Aeroposta Argentina, que compró terrenos y construyó aeropuertos en toda la Patagonia, región que en tiempos de Saint-Exupéry y otros pioneros, con elementos muy precarios, estaba por vía aérea mejor comunicada que en nuestros días.
IV.-
El novel doctor Skorka hizo la apología del “ideal profundo del movimiento sionista”, sin la mínima referencia a sus entuertos, acusó a la Iglesia de antisemita y afirmó, con absoluta falsedad, que el antisemitismo nacional socialista tuvo raíces católicas. Podemos recomendar a este doctor en ignorancia, de perfil posmoderno, que lea los libros de Rohan Butler, profesor de la Universidad de Oxford, titulado “Las raíces ideológicas del nacional socialismo”, Fondo de Cultura Económica, México, 1943; del P. Julio Meinvielle, “Entre la Iglesia y el Reich”, Adsum, Buenos Aires, 1937 y de Enrique Rau, entonces pensador y sacerdote excelente, “El racismo nacional-socialista y el cristianismo”, Gladium, Buenos Aires, 1939.
Skorka convocó a revisar los Evangelios en su condena al fariseísmo y concluyó afirmando que “la enseñanza de Jesús sobre el amor ya estaba en el Talmud”. ¿En qué lugar de ese texto se encuentra el mandamiento nuevo, inventado por Cristo, que establece una norma muy superior a la regla clásica del amor al prójimo como a uno mismo: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a los otros como yo os he amado”? (Juan. 15, 12).
El novel doctor exaltó la figura de su colega Marshal Meyer, pedófilo y corruptor de menores, hechos comprobados por la Justicia por denuncias de la misma comunidad judía.
Y finalmente, se escuchó y aplaudió, en la Universidad Católica, la negación de la divinidad de Cristo, pues “estamos esperando al Mesías. Él va a venir cuando Dios lo disponga”. O sea que Jesús fue un gran impostor; un blasfemo, un gran mentiroso. Sin embargo, sigue resonando sus palabras en respuesta a la pregunta; “¿Tú eres el Hijo de Dios?... Vosotros lo decís; Yo soy” (Lucas, 22, 70). Y la afirmación de su identidad divina con Dios Padre: “el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado” (Juan, 12, 45). Porque quien ve a Jesús, ve al Padre. En esto creemos.
Luego, el largo aplauso de los tibios incapaces de decir ¡No! aunque sea para defender las verdades más elementales.
A Cristo nuestra adoración. A estos viejos y nuevos idólatras, falsificadores, mendaces, a todos los “perros mudos”, que por conservar sus canonjías y cargos docentes, todo lo callan, todo lo otorgan, nuestro desprecio.
Buenos Aires, noviembre 23 de 2012.
Bernardino Montejano 
Presidente 


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Longinqua oceani



Desde los inicios de la existencia de los Estados Unidos la Iglesia católica tuvo que enfrentar cierta hostilidad en una sociedad que ponía bajo sospecha la lealtad de los católicos hacia el estilo de vida norteamericano y sus instituciones públicas. Hostilidad que no llegó a ser persecución, pero que imprimiría en el catolicismo norteamericano rasgos que perviven en la actualidad.
Entre 1790 y 1860 llegaron a EE. UU. unos dos millones de inmigrantes católicos. Este flujo migratorio causó una tensión nacionalista dentro de la Iglesia e incrementó la hostilidad por parte de la población nativa no católica. En este periodo, la tensión nacionalista adoptó la forma del «fidelismo laical», dentro de la Iglesia, que fue la resultante de imitar los laicos el ambiente democrático que les rodeaba así como  costumbres protestantes como el derecho a tener iglesias de su propiedad y a elegir a sus pastores. Por fuera de la Iglesia, las tensiones nacionalistas recibieron el nombre de «nativismo». Los nativistas, en su menosprecio por los inmigrantes católicos, realizaron campañas contra la Iglesia con los tópicos usuales  del protestantismo.
El período que va de 1865 a 1900 muestra diferencias respecto del anterior. Mientras las  sectas protestantes se dividieron durante la guerra civil el catolicismo conservó su unidad. En 1866, se realizó el  segundo Concilio Plenario que intentó presentar soluciones a problemas específicamente estadounidenses. El Concilio adujo la tradición colegial de la Iglesia de EE. UU. que se remontaba a la década de los años 1780. Los obispos eran conscientes de que los católicos eran una minoría social. No obstante, la Iglesia mostraba su vitalidad en la multiplicación de frutos apostólicos.  Durante este periodo la Iglesia ganó mayor aceptación por parte de la minoría culta estadounidense y la hostilidad pasó de los ataques contra todos los católicos hacia aquellos que intentaban obtener fondos públicos para sus escuelas. 
Estos datos resultan de interés para comprender las circunstancias que rodearon la carta de León XIII del 6 de enero de 1895, Longinqua oceani. Un documento cuatro años anterior a la condena del americanismo. Reproducimos aquí un fragmento de interés actual:

[6] No cabe la menor duda de que han conducido a estas felices realidades principalmente los mandatos y decretos de nuestros sínodos, sobre todo los de aquellos que, andando el tiempo, fueron convocados y sancionados por la autoridad de la Sede Apostólica.
Pero han contribuido, además, eficazmente, hay que confesarlo como es, la equidad de las leyes en que América vive y las costumbres de una sociedad bien constituida. Pues, sin oposición por parte de la Constitución del Estado, sin impedimento alguno por parte de la ley, defendida contra la violencia por el derecho común y por la justicia de los tribunales, le ha sido dada a vuestra Iglesia una facultad de vivir segura y desenvolverse sin obstáculos. Pero, aun siendo todo esto verdad, se evitará creer erróneamente, como alguno podría hacerlo partiendo de ello, que el modelo ideal de la situación de la Iglesia hubiera de buscarse en Norteamérica o que universalmente es lícito o conveniente que lo político y lo religioso estén disociados y separados, al estilo norteamericano.Pues que el catolicismo se halle incólume entre vosotros, que incluso se desarrolle prósperamente, todo eso debe atribuirse exclusivamente a la fecundidad de que la Iglesia fue dotada por Dios y a que, si nada se le opone, si no encuentra impedimentos, ella sola, espontáneamente, brota y se desarrolla; aunque indudablemente dará más y mejores frutos si, además de la libertad, goza del favor de las leyes y de la protección del poder público.

León XIII pondera que las leyes norteamericanas hayan respetado la libertad de la Iglesia bajo el amparo del derecho común. Sin exigir una imposible catolicidad estatal para esa nación, recuerda a los obispos que los frutos pastorales se deben principalmente a la naturaleza de la Iglesia y no a la neutralidad estatal. Con lo que intenta prevenirlos del erróneo uso del «modelo norteamericano» para alterar la doctrina católica sobre las relaciones Iglesia-Estado, y de la equivocada pretensión de «americanizar» a otras naciones. Un error que tendría difusión creciente durante el siglo XX y es hoy seña de identidad del catolicismo neoconservador yanki compartido por sus seguidores  en el resto del mundo.

Texto completo de Longinqua oceani, aquí.

domingo, 18 de noviembre de 2012

El doctor Piscolabis y el latín


"Es impensable que quien acceda al sacerdocio no sepa latín", ha dicho el profesor Ivano Dionigi, presidente de de la recientemente creada Pontificia Academia para la Latinidad. Nos parece que habría que moderar un poco los entusiasmos de Dionigi. Ante las carencias intelectuales del clero actual, en el plano tanto filosófico como teológico, el énfasis en el latín merece una puesta en contexto que dejamos a la pluma de Castellani..


El doctor Piscolabis.
Por Leonardo Castellani.
Aunque ya se ha cerrado el concurso instituido por VELERO acerca del origen de las dos palabras latinas busilis y piscolabis, vamos a enviarle la verdadera solución, que se les ocultó a los otros. Y de paso, la solución de otra cosa más importante.
Esas dos palabras vienen, créase o no, de un seminarista de Villa Devoto, que era más asno de lo corriente y permitido, y acerca del cual existía en las altas esferas cierta voluntad informulada pero eficaz que fuese ordenado no más, "contrariis non obstantibus quibuscumqué'.
Este seminarista se llamaba —ya murió— Pistolari, de donde por corrupción se derivó piscolabis. El día de su último examen, los míseros profesores tuvieron que interrumpir dos veces la tarea para comer algo, por lo cual esos lunches se llaman desde entonces piscolabis. Un día en la clase de ínfima le dieron a traducir este tema "Tú pescarás en río revuelto” y el pichón de filólogo tradujo: "Tu in fulmine rivolto piscolabis” de donde vino el nombre.
El día del último examen, el profesor le puso en las manos a San Mateo y le dijo que tradujese lo siguiente: "In diebus illis dixit Jesús discipulis suis"... El sobrino del obispo juntó las dos sílabas primeras Indie y tradujo: "¡La India!", y después juntó las otras tres y formó busillis. El profesor le hacía gestos con la boca para indicarle la equivocación, y el discípulo va y le dice muy campante:
—Sí. ¡Ya puede chiflar! jNo manyo niente! Todito lo demá lo sé, meno ese maldito busilis.
Se cuenta también de él que en el examen de Dogmática le preguntaron el Bautismo en esta forma:
—Domine Pistolari, quid dixit Lutherus de Baptismo?
—Quomodo dicis?
—Quid dixit Lutherus de Baptismo!
—Ego nescio.
—Quid dixit Calvinus de Baptismo?
—Non vidi.
—Quid dixit Ecolampadius de Baptismo?
—Non paravi.
Sudoroso el profesor le habló en castellano.
—¿No sabe nada acerca del bautismo?
Y el futuro levita respondió con voz cavernosa:
—Se cobra tres pesos...
Estas son bromas, naturalmente…
Pero que el hacer chistes contra los frailes que no cumplen sea cosa lícita y aun loable es asunto confirmado por el mismo Papa, si es auténtico el BREVE del papa Clemente VI, acerca del poeta Chaucer. Habrían denunciado a este poeta que se burlaba desaforadamente de los frailes malos, no menos que de los malos poetas, y el Papa respondió que si se burlaba de los religiosos que eran de veras homines religiosi, era reo de cuasi sacrilegio y debería ser amonestado; pero si reía de los clérigos que no cumplen sus votos, y eso en versos inteligentes y muy melodiosos, casi merecía una condecoración. "Quodsi de aliis clericis et monachis ioculatur qui spretis regulationibus profane ambulant, de iis etiam NOS joculamur". Clemente VI era un noble francés, y se dice que el BREVE lo escribió el Petrarca; aunque ciertamente éste no nos parece el estilo latino del Petrarca.
Pero ¿para qué ejemplos lejanos? ¿Creen ustedes que era católica España en tiempo de Alfonso X? En el LIBRO DE LOS GATOS, que es una colección de enxiemplos del mismo tiempo de Chaucer, se narra en el enxiemplo XLVI que Satanás envió una carta al arzobispo de Toledo, diciéndole: "Satanás, Príncipe de los Infiernos, a Dalmacio, Príncipe de la Iglesia de Toledo, salud. Todos cuantos clérigos idiotas y sin letras vos tenéis, tantos yo vos di". Añade devotamente el enxiemplo que el diablo entregó esta carta a un caballero de su devoción, dándole un bofetón a manera de firma, que le dejó grabados en el rostro los cinco dedos con sus uñas en trazos de carbón indeleble, los cuales se borraron cuando el hidalgo entregó la carta…
La Iglesia se afloja cuando falla en ella la contemplación. La Iglesia ha sido hecha para enseñar, para lo cual primero hay que saber. Cuando fallan el vidente, el definidor, el contemplativo, el profeta, la Iglesia se convierte en una especie de sociedad anónima frigorífica para la conservación del cristianismo en latas.
La beneficencia no es el fin principal, es un subproducto del apostolado católico; ni siquiera la misma administración de los sacramentos es el fin principal, a no ser que sea al mismo tiempo una enseñanza; y no una mera venta de ceremonias mágicas...

jueves, 15 de noviembre de 2012

Palmar de Ucrania

Palmar de Troya
Nos informa Radio Cristiandad de la “lucha” de unos “católicos” de Ucrania. ¿De qué se trata? De una media docena de clérigos expulsados de la Orden Basiliana de San Josafat, "consagrados" obispos (de validez no reconocida), que se han autoproclamado como obispos de la Iglesia greco-católica Ucraniana, que han conformado un “sínodo”, y han elegido “patriarca” a Elías Antonin Dognal, no sin antes declarar apóstata a Benedicto XVI y a toda la jerarquía.
El pequeño detalle que no han considerado los redactores de Radio Cristiandad es la naturaleza eclesial y canónica de los patriarcados. Porque la jurisdicción que ejerce el Patriarca sobre los súbditos de la Iglesia que preside es una potestad personal ratione ritus. Pero además su poder se vincula estrictamente con el territorio patriarcal y  es ejercido de modo personal sobre todos los fieles adscritos a su iglesia. Esta es la razón por la que la jurisdicción de los Patriarcas reviste el doble carácter de personal y territorial. Y así habremos de entender las competencias patriarcales.


La participación de los Patriarcas orientales católicos en la potestad papal explica no solo la naturaleza jurídica de ella, sino también la formación histórica de los patriarcados. Las competencias patriarcales tenían su fundamento en la concesión pontificia o en las normas conciliares. La potestad patriarcal es entendida como una participación en el poder pontificio. La potestad patriarcal es la extensión independiente, concreta y radiante, sobre otras autoridades episcopales, que la tradición apostólica había favorecido particularmente. Por eso, las competencias patriarcales son el desarrollo de un poder jurisdiccional supra-episcopal, que nace de la participación en la misma potestad pontificia sobre los otros Obispos, sin excluir los Metropolitas; es decir, es una jurisdicción ordinaria y propia, verdadera y efectiva dentro de su eparquía patriarcal, y sólo de derecho eclesiástico dentro de su patriarcado, determinado por el mismo derecho eclesiástico. En términos más sencillos: es imposible ser auténtico patriarca, con poder supra-episcopal, sin que el Papa otorgue esa potestad.
En el Oriente cristiano hay cuatro patriarcados históricos: Alejandría, Antioquia, Constantinopla, y Jerusalén. Para la organización actual de las Iglesias orientales católicas, estas cuatro Iglesias son el fundamento de los restantes patriarcados orientales católicos reconocidos por Roma, en plena comunión con ella; estos son: el copto, el melquita, el maronita, el armenio, el sirio y el caldeo. Las Iglesias católicas orientales gozan de autonomía. Pero esa autonomía no es una total independencia de la Santa Sede o una autocefalia como la que existe en la iglesia ortodoxa. Se refiere la autonomía al otorgamiento del pleno derecho de gobernar dentro del patriarcado, con pleno respeto a la dignidad del primado pontificio y el derecho de apelar a la Sede Apostólica.
En el caso de Ucrania, la situación es un tanto más compleja porque la Iglesia Arzobispal Mayor Ucraniana es considerada cuasi-patriarcal. El jefe de esta iglesia llamado el Patriarca cumple el papel de un Eparca, como un Obispo en su propia eparquía, en los monasterios de su Iglesia patriarcal y en los lugares de su territorio donde no se estableció ni eparquía ni exarcado.
En síntesis, este grupo autodenominado “Iglesia Ortodoxa Greco-Católica Ucraniana”, que como tal ha pretendido registrarse ante la la autoridad civil competente, compuesto por "obispos", ni siquiera en la hipótesis de vacancia de la Sede Apostólica tendría jurisdicción para "fundar" un patriarcado y "elegir" a su patriarca. Se trata, en definitiva, de una versión ucraniana del Palmar de Troya.


P.S.: el autor de la parte substancial de esta entrada que nos ha llegado por correo privado pertenece a la Iglesia católica oriental. La Redacción sólo ha agregado algunos enlaces y retoques menores con el consentimiento del autor.

martes, 13 de noviembre de 2012

Cuando Bugnini propuso soluciones para el «caso Lefebvre»


Yves Chiron es, en la actualidad, uno de nuestros mejores historiadores y un lector atento y escrupuloso de documentos. Acaba de demostrarlo en el último número de su publicación Aletheia: lettre d’informations religieuses. Allí consagra un largo artículo a las Memorie autobiografiche de Mons. Bugnini, el gran actor de la reforma litúrgica posconciliar, particularmente a través del Consilium y la Congregación para el Culto Divino. Es muy provechosa la lectura de ese artículo de Yves Chiron, puesto que uno aprende muchas cosas. Pero tres elementos me han impactado particularmente:

Primer elemento: La afirmación de Mons. Bugnini respecto a Pablo VI en la que decía que el papa "ha visto todo, ha seguido todo, ha aprobado todo" en lo concerniente a la reforma liturgica. Yves Chiron comenta: "La expresión es, sin ninguna duda, excesiva. Pero es cierto que, a diferencia de otras cuestiones, Pablo VI ha seguido de cerca los archivos de la reforma litúrgica y ha tenido innumerables sesiones de trabajo tête à tête con Mons. Bugnini". Al pasar, no olvidemos que Yves Chiron es también el biógrafo de Pablo VI (Perrin, redición Via Romana).

Segundo elemento: uno descubre que el actor de la reforma litúrgica, tan detestado en los medios tradicionalistas, se mostró más abierto que Pablo VI hacia ellos. Yves Chiron nos demuestra también que, después de la autorización que fue dada en 1971 a los sacerdotes ancianos para celebrar la misa de San Pío V y luego del indulto acordado a los obispos ingleses para autorizar, bajo ciertas condiciones, la celebración de esa misma misa, "Mons. Bugnini sugirió al papa acordar una facultad idéntica a otras conferencias episcopales. El papa se mostró 'intratable' (p. 86) y rechazó extender el indulto."

Tercer elemento: Mons Bugnini había propuesto una solución para resolver el "caso Lefebvre": "una amplia 'concesión' de la misa tradicional. Él establecía cuatro puntos (p. 89). El Santo Padre le hizo responder que no le parecía 'oportuno conceder en este momento lo que ha sido rechazado en el pasado' (p. 90). La proposición de Mons. Bugnini será retomada por Juan Pablo II en el indulto de 1984."

La responsabilidad de Pablo VI en la crisis litúrgica que afectó a la Iglesia aparece entonces mucho más contundente.

Fuente: http://www.riposte-catholique.fr/summorum-pontificum-blog/revue-de-presse-summorum/quand-mgr-bugnini-proposait-des-solutions-pour-resoudre-le-cas-lefebvre#.UJprTYd19p4

Traducción gentileza de Don Diego.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El fetiche de la constitución


UNO. El martes 6 de noviembre de 2012 será recordado en España como el de la comisión de uno de los mayores dislates jamás cometidos por institución alguna. En esta fecha se ha hecho pública la sentencia dictada por el Tribunal Constitucional sobre la constitucionalidad de la Ley 13/2005, de 1 de julio, por la que se modifica el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio permitiendo a los homosexuales el hacerlo (además de poder adoptar niños). Tras siete largos años el Tribunal se ha pronunciado y ha dicho que la Ley no va en contra de la Constitución.
DOS. Charles Evan Hughes, presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos (1930-1941) dijo: “Nos regimos por una Constitución, pero la Constitución es lo que los jueces dicen que es”. Es un hecho que debiera ayudar a disipar las mitificaciones constitucionales. Porque en los sistemas políticos conocidos como estados constitucionales democráticos la Constitución es un texto legal a interpretar, y en casos controvertidos hay un tribunal superior de última instancia que resuelve sobre el sentido de las normas constitucionales.
TRES. Fetiche es el ídolo y objeto de culto al que se atribuyen poderes mágicos, especialmente entre los pueblos primitivos. En los sistemas políticos occidentales existe el fenómeno denominado fetichismo constitucional, que en términos muy simples podría definirse como la tendencia a considerar a las constituciones como la solución a todos los problemas sociales.
No pensemos que el fetichismo constitucional es una patología mental propia de leguleyos, liberales o idólatras que están fuera de la Iglesia. Martin Rhonheimer es uno de los más destacados e inteligentes ideólogos clericales del neoliberalismo católico. Afectado por este fetichismo, Rhonheimer reivindica como destacables valores políticos al "Estado constitucional democrático" y una "moral de ciudadanía" que impone un “patriotismo constitucional”.
El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, más gravemente afectado por el fetichismo constitucional ha declarado que “hay una falta de fidelidad” a la Constitución Española en el fallo del Tribunal Constitucional sobre el sodomonio. 
CUATRO. Quien esto escribe no puede menos que concluir esta entrada con dos comentarios de Museros:
- El Tribunal Constitucional y la Constitución son anticonstitucionales. Los católicos liberales acaban de darse cuenta y amenazan con inflar miles de globitos de colores para hacérselo saber al gobierno...
- Exigimos que se cumpla la constitución, pero no acatamos las sentencias del TC que no nos gustan... Somos católicos liberales y el principio de no contradicción es nuestro mortal enemigo...

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Ray Bradbury - El peatón



Ray Bradbury es un conocido autor de ciencia-ficción. La figura del peatón –mejor sería traducir por caminante- es la de un personaje simple que resiste a un contexto inhumano y opresivo. El relato se basa en experiencias personales del escritor, quien fue detenido varias veces por caminar de noche. En la oscuras calles de la post-modernidad todos podemos sentirnos como el caminante de Bradbury.
Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios, nada le gustaba más al señor Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las avenidas iluminadas por la Luna, en las cuatro direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente no importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si estuviese solo. Y una vez que se decidía, caminaba otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de cigarro.
A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde n no habían cerrado una ventana.
El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza, escuchaba, miraba, y seguía caminando, sin que sus pisadas resonaran en la acera. Durante un tiempo había pensado ponerse unos botines para pasear de noche, pues entonces los perros, en intermitentes jaurías, acompañarían su paseo con ladridos al oír el ruido de los tacos, y se encenderían luces y aparecerían caras, y toda una calle se sobresaltaría ante el paso de la solitaria figura, él mismo, en las primeras horas de una noche de noviembre.
En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el oeste, hacia el mar oculto. Había una agradable escarcha cristalina en el aire, que le lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como un árbol de Navidad. Podía sentir la luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve invisible. El señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos blandos en las hojas otoñales, y silbaba quedamente una fría canción entre dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el esqueleto de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.
— Hola, los de adentro -les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras-.
¿Qué hay esta noche en el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por dónde corren los cowboys? ¿No viene ya la caballería de los Estados Unidos por aquella loma?
La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, invil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kimetros a la redonda, sin otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles.
— ¿Qué pasa ahora? -les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera-. Las ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Un comediante que se cae del escenario?
¿Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna? El señor Mead titubeó, y siguió su camino. No se oía nada más. Trastabilló en un saliente de la acera. El cemento desaparecía ya bajo las hierbas y las flores. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él.
Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la ciudad. Durante el día se sucedían allí tronadoras oleadas de autos, con un gran susurro de insectos. Los coches escarabajos corrían hacia lejanas metas tratando de pasarse unos a otros, exhalando un incienso débil. Pero ahora estas carreteras eran como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna. Leonard Mead dobló por una calle lateral hacia su casa. Estaba a una cuadra de su destino cuando un coche solitario apareció de pronto en una esquina y lanzó sobre él un brillante cono de luz blanca. Leonard Mead se quedó paralizado, casi como una polilla nocturna, atontado por la luz.
Una voz metálica lla:
— Quieto. ¡Quédese ahí! ¡No se mueva! Mead se detuvo.
— ¡Arriba las manos!
— Pero... -dijo Mead.
— ¡Arriba las manos, o dispararemos!
La policía, por supuesto, pero qué cosa rara e increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes sólo haa un coche de policía. ¿No era así? Un año antes, en 2052, el año de la elección, las fuerzas policiales habían sido reducidas de tres coches a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había necesidad de policía, salvo este coche solitario que iba y venía por las calles desiertas.
— ¿Su nombre? -dijo el coche de policía con un susurro metálico. Mead, con la luz del reflector en sus ojos, no podía ver a los hombres.
— Leonard Mead -dijo.
— ¡Más alto!
— ¡Leonard Mead!
— ¿Ocupación o profesión?
Imagino que ustedes me llamarían un escritor.
— Sin profesión -dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.
La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una aguja.
— Sí, puede ser así -dijo.
No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.
— Sin profesión -dijo la voz de fonógrafo, siseando-. ¿Qué estaba haciendo afuera?
— Caminando -dijo Leonard Mead.
— ¡Caminando!
— Sólo caminando -dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.
— ¿Caminando, sólo caminando, caminando?
— Sí, señor.
— ¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?
— Caminando para tomar aire. Caminando para ver.
— ¡Su dirección!
— Calle Saint James, once, sur.
— ¿Hay aire en su casa, tiene usted un acondicionador de aire, señor Mead?
— Sí.
— ¿Y tiene usted televisor?
— No.
— ¿No?
Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.
— ¿Es usted casado, señor Mead?
— No.
— No es casado -dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.
La luna estaba alta y brillaba entre las estrellas, y las casas eran grises y silenciosas.
— Nadie me quiere -dijo Leonard Mead con una sonrisa.
— ¡No hable si no le preguntan! Leonard Mead esperó en la noche fría.
— ¿Sólo caminando, señor Mead?
— Sí.
— Pero no ha dicho para qué.
— Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.
— ¿Ha hecho esto a menudo?
— Todas las noches durante años.
El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio que zumbaba débilmente.
— Bueno, señor Mead -dijo el coche.
— ¿Eso es todo? -preguntó Mead cortésmente.
— Sí -dijo la voz-. Acérquese. -Se oyó un suspiro, un chasquido. La portezuela trasera del coche se abrió de par en par-. Entre.
— Un minuto. ¡No he hecho nada!
— Entre.
— ¡Protesto!
— Señor Mead.
Mead entró como un hombre que de pronto se sintiera borracho. Cuando pasó junto a la ventanilla delantera del coche, miró adentro. Tal como esperaba, no había nadie en el asiento delantero, nadie en el coche.
— Entre.
Mead se apoyó en la portezuela y mi el asiento trasero, que era un pequeño calabozo, una cárcel en miniatura con barrotes. Olía a antiséptico; olía a demasiado limpio y duro y melico. No haa allí nada blando.
— Si tuviera una esposa que le sirviera de coartada... -dijo la voz de hierro-. Pero...
— ¿Hacia dónde me llevan?
El coche titubeó, dejó oír un débil y chirriante zumbido, como si en alguna parte algo estuviese informando, dejando caer tarjetas perforadas bajo ojos eléctricos.
— Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.
Mead entró. La puerta se cerró con un golpe blando. El coche policía rodó por las avenidas nocturnas, lanzando adelante sus débiles luces.
Pasaron ante una casa en una calle un momento después. Una casa más en una ciudad de casas oscuras. Pero en todas las ventanas de esta casa había una resplandeciente claridad amarilla, rectangular y cálida en la fría oscuridad.
— Mi casa -dijo Leonard Mead. Nadie le respondió.
El coche corrió por los cauces secos de las calles, alejándose, dejando atrás las calles desiertas con las aceras desiertas, sin escucharse ningún otro sonido, ni hubo ningún otro movimiento en todo el resto de la helada noche de noviembre.